HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

martes, 26 de febrero de 2013

Fuera de lugar -Autora Kai-

Aquel día amaneció tarde y amaneció lloviendo. Las gotas de agua, cual crisálidas transparentes caían cristalinas del vientre oscuro y tormentoso de aquel cielo de verano.
Aquel lluvioso día, era el día de la graduación de Theo. Cuando se levantó de la cama y vió como la lluvia repiqueteaba contra el cristal de la ventana, dejó escapar un suspiro y se vistió a toda prisa.
Aquel día tendría el doble o el triple de trabajo, pues dado el mal tiempo tendría que afanarse más en cada una de las tareas de la granja, especialmente guareciendo a todos los animales en sus respectivos cobertizos.Tras vestirse, bajó raudo las escaleras, se sirvió una taza de leche y cogió un puñado de galletas del planto que presidía la mesa de la cocina y salió al exterior. Mientras cruzaba el patio y se dirigía a la puerta del establo de las vacas, pensaba en ella. Aisa era la chica más bonita y dulce que existía, y él, tenía la enorme suerte de ser su pareja en el baile de graduación que iba a celebrarse aquella noche. Se puso manos a la obra, y trabajó, trabajó y trabajó sin apenas un minuto de descanso hasta que atardeció. Tras asearse se vistió con el traje nuevo que su madre había dispuesto primorosamente sobre su cama. Mientras trataba de hacerse el lazo de la pajarita con manos nerviosas, continuaba pensando en ella.La voz de su madre apremiándole le sacó de sus ensoñaciones. Bajó al salón, dio un beso a su madre y sonrió a su padre.
-¡Suerte hijo, pásalo bien!- Le susurró su padre al tiempo que depositaba en sus manos las llaves de su viejo coche .
Salió al exterior, arrancó un ramillete de margaritas nuevas del jardín de su madre y subió al coche, mientras silbaba su canción favorita, se acomodó en el asiento, colocó el retrovisor, se puso el cinturón, introdujo la llave en el contacto y… se le cayó el alma a los pies. El coche no arrancaba, lo intentó una, dos, mil veces pero el motor no despertaba. No podía creerlo, no podría llevar a la chica de sus sueños al baile tal y como lo había soñado cientos de veces. Una lágrima de frustación, caminó por su mejilla. La granja de sus padres quedaba lejos de la ciudad, donde vivía Aisa, así que era imposible que llegara a tiempo a recogerla si iba caminando bajo la lluvia.
Salió del coche dando un portazo y se encaminó de nuevo hacia la casa, y mientras abría la puerta escuchó un sonido familiar que le devolvió la ilusión.
Corrió a través de la finca, llegó hasta los campos de cultivo y diez minutos después iba conduciendo el viejo tractor de su padre por la carretera rumbo a la ciudad.La lluvia comenzó a caer con más fuerza, furiosa. El tractor era viejo y no tenía capota, así que Theo viajó hacia la ciudad calado hasta los huesos, mientras el agua no paraba de mojar su traje y su alma.
Finalmente llegó ante la casa de Aisa. Llegaba tarde, mojado y nervioso. No creía que ella quisiera recibirlo con aquel aspecto y menos que accediera a subirse a aquel desvencijado tractor para acudir al baile con él, pero tenía que verla. Aquel viaje bajo la lluvia merecería la pena si al menos podía mirarla a los ojos aunque sólo fuera una vez, aquella noche.
Aisa le abrió la puerta, una sonrisase dibujó en su cara en cuanto le vió y le invitó a entrar enseguida.
-Perdóname, por favor, por presentarme así, pero el coche no arrancaba, llovía a cántaros, y yo… yo quería verte y llevarte al baile de graduación aunque tenga que ser en el viejo tractor de mi padre, si tú aceptas claro- alcanzó a decirle con cierto titubeo
Ella lo miró a los ojos y volvió a sonreírle.
-Tenía miedo de que no vinieras, me muero por ir al baile contigo pero primero has de ayudarme con algo muy importante.
-Por supuesto-dijo Theo, emocionado al ver el cálido recibimiento de ella
Aisa lo condujo al salón y le indicó que se sentara en el sofá al tiempo que ella se dirigía hacia una cunita con dosel que estaba junto a la pared. Alargó las manos dentro de ella y las alzó de nuevo sujetando un bebé precioso.
-Es mi hermanita pequeña, hemos de darle el biberón y esperar a que llegue mi madre, antes de irnos. Le ha surgido un problema en el trabajo y me llamó hace un rato para decirme que llegaría a casa un poco más tarde. Lo siento Theo, Intenté llamarte para decírtelo pero no logré contactar contigo. Entenderé si prefieres irte ya y acudir sin mí, al baile, porque debe estar a punto de empezar
-Sin ti no hay baile, Aisa.
Ella volvió a sonreírle, se sentó junto a él y comenzó a darle el biberón a su hermanita. Fuera, la lluvia aumentaba de intensidad y golpeaba intensamente las ventanas, pero en el interior parecía que el tiempo se hubiese suspendido. Llevaba enamorada de Theo desde que ambos estaban en la guardería. Debido a la vergonzosa timidez de ambos, apenas sí se habían dirigido unas cuantas palabras en los últimos años, y había sido toda una sorpresa cuando él se le había acercado antes de entrar en clase de matemáticas y le había preguntado en un susurro sí quería ser su pareja en el baile de graduación. No podía creer que él hubiese hecho aquel viaje bajo la lluvia solo para verla y estar con ella, y que no le importase esperar allí en lugar de estar ya en el gimnasio del instituto divirtiéndose con sus amigos.De repente, el sonido de una llave en la cerradura, era la madre de Aisa que había llegado a casa.
Theo la ayudó a subir al tractor. Continuaba lloviendo así que Aisa desplegó un paraguas mediano apenas suficiente para cobijarlos a ambos y se acurrucó contra Theo. Parecía que el temporal trataba de impedir por todos los medios posibles que la pareja llegara al baile, ya que cada vez llovía más y el viento ululaba feroz, sacudiéndolo todo y a todos a su paso. De pronto, un estruendo resonó en el tramo de carretera que tenían por delante. El tronco de un árbol acababa de partirse y había caído a plomo justo delante del vehículo.
-Creo, que podré partirlo en dos y apartar las dos mitades para que podamos pasar!-dijo Theo, al tiempo que bajaba del asiento y se dirigía a la parte trasera del tractor. Allí, en un pequeño compartimento de carga, encontró el objeto que buscaba envuelto en una manta vieja. Al retirarla vió la luz un viejo cuchillo de guerra de forma cóncava y de mango ancho.
-Es un sable- le dijo a Aisa-Lo encontró mi padre en un mercadillo de antigüedades y lo lleva en el tractor para cortar las malas hierbas de los campos en la finca.
Blandiendo el sable con gran esfuerzo pudo talar en dos el grueso tronco del árbol, dejando suficiente espacio para poder pasar con el tractor.Finalmente, llegaron al instituto. De las ventanas del gimnasio brotaban ríos de luz de diferentes colores, y la música de baile viajó hasta ellos con la brisa nocturna.
Había cesado de llover, y una telaraña de estrellas doradas cubría la bóveda celeste de la noche.Se miraron a los ojos.
¿Quieres entrar?-Le dijo Theo en un susurro al oído
-Quiero estar contigo- le dijo ella
-Y yo contigo, siempre- le respondió Theo- Ha sido el mejor baile de graduación al que he acudido y acudiré nunca, y espero que nunca dejemos de bailar juntos.
La rodeó con su brazo y allí se quedaron mirando las estrellas mientras sus almas danzaban enamoradas

lunes, 25 de febrero de 2013

Fuera de lugar -Autor Dark RS-

Crónicas De Garja: Noche De Novios

Es una noche particularmente fría en el reino de los elfos, dos novios se encuentran uno cerca del otro intentando calentarse entre ellos.
La chica se siente algo nerviosa de estar por primera vez a solas junto a su novio.
Él se acerca bastante a ella, la besa en la frente y la abraza. Ambos están en casa del chico, la luz se fue hace horas, la brisa de la noche no hace más que incrementar el frío.
El elfo besa a su chica en los labios, saboreando los labios de su amada, ella no puede resistirse más y lo besa de regreso, ambos caen al piso envueltos en la pasión del momento.
Repentinamente ella nota un pie cerca de ellos, se sienta por la impresión y abraza a su novio.
— ¿Qué diablos es eso? —cuestiona aterrada mirando una sombra frente a ellos.
—Es Pinky—responde él algo agitado —es mi androide, lo he estado construyendo desde hace varias semanas, y justo hoy lo terminé.
—Por el dios Sabiduría, ¿para qué diablos quieres un androide? —pregunta recuperándose de la impresión.
—No sé, me pareció divertido.
—Eso es algo… —decide callar, no quiere ofender a su novio.

Él la comienza a besar nuevamente, se dedica a besarla en el cuello, ella gime y se muerde el labio inferior, le comienza a quitar la camisa hasta que el androide le vuelve a llamar la atención.
— ¡Esa cosa tiene un acordeón! —grita sorprendida.
—Sí, le gusta sostenerlo, pero no te preocupes, nunca lo toca ni nada —asegura él, continúa besándola en su cuello.
Ella decide ignorar a la máquina ante ellos, su mente se pone en blanco, acaricia el cabello de su amado.

Ambos se acuestan, él comienza a quitarle su blusa de ceda; color celeste, ella se resiste un poco al principio, pero al final deja que se la quite. Por el color de su sostén da la impresión, en la oscuridad, como si no llevara nada puesto.
—Adoro ver tu cuerpo desnudo, mi amor —dice él acariciando el cuerpo de su amada.
Ella gime —me asusta un poco, cariño —confiesa nerviosa —es nuestra primera vez y yo no… —deja de hablar al ver al androide bailar.
—No te preocupes, hace eso de vez en cuando, pero no es peligroso —asegura él.
— ¡Es demasiado extraño! —reclama ella vistiéndose nuevamente.
—Lo siento, amor, vamos a otra habitación, Pinky no puede salir de este cuarto sin permiso.
—Más te vale —amenaza ella.

Pasan a la habitación de al lado, que es el cuarto del chico. A la elfina el cuarto le parece bastante acogedor, con una enorme cama que la hace sonrojarse.
—Aquí estaremos más a gusto, amor —asegura él sonrojándose un poco.
—Eso creo —se sienta en la cama.

Él se sienta junto a ella, comienza a besarle el cuello, ella no tarda en comenzar a gemir, el elfo la desviste lentamente, la besa apasionadamente jugueteando con su lengua. Ella no se resiste, comienza a besarlo, le quita la camiseta y acaricia su pecho con delicadeza.
—Me encanta sentir tu piel, amor —alaba ella besándolo.
—Y a mí sentir la tuya, —la besa en el cuello y comienza a subir hasta su oído, mordisquea su lóbulo y le susurra —me enloqueces.

La acuesta lentamente, le acaricia el vientre mientras la besa, ella coloca sus brazos alrededor de su cuello y lo acerca a su cuerpo.
Se la pasan entre caricias y besos, halagos y gemidos, hasta que la chica nota una pecera en la habitación.

Se levanta dejando a su amado con ganas de más, se levanta desnuda, casi lanzándose sobre la pecera, con sus ojos iluminados. Desde niña siempre le han gustado los peces, y en esa pecera de casi dos metros de largo y uno de alto tiene muchos peces pequeños, de muchos y distintos colores, de muchas y distintas razas.
De entre todos, el que más atención le llama es un pez dorado alquímico; un raro pez del país de los alquimistas; de un hermoso color dorado, grandes ojos negros que reflejan a la chica, pequeña boca que escupe mini burbujas plateadas.
— ¡Que hermosura!, ¿cómo se llama este pequeño? —pregunta ella emocionada.
—Ya que —se dice en voz baja el elfo, toma una cobija y se la pone encima a su novia para que no se enferme —ese es Ein, lo tengo desde hace años, mi padre me lo regaló antes de morir, desde entonces lo he cuidado.
—Es muy hermoso —ella lo beso.
—No tanto como tú —la besa.

Se abrazan y se quedan mirando la pecera hasta que regresa la luz.

Fuera de lugar -Autor MorganJ-

LA TIENDA

-Tenemos que esperar hasta que nos diga dónde están las joyas. O a quién se las vendió.
Roger suspiró.
-No me importa el dinero ni los bonos al portador que había en la caja fuerte. Lo único verdaderamente importante son los collares gemelos y las llaves que cuelgan de ellos. Solo eso importa. Solo eso necesitamos.
Roger asintió. Sabía que en el fondo entendía eso, el problema es que lograra controlar la ira que sentía. La ira y las ganas de matar a la rata asquerosa y traicionera de Alberto.
-Después de que nos diga dónde escondió los collares puedes matarlo. Con gusto te ayudaré. Pero antes no. ¿Entiendes?
-Sí, entiendo.
-Está bien. Vamos.
La rata de Alberto, la rata que nos había traicionado y se había quedado con nuestra parte del botín de un jugoso robo, trabajaba en una tienda de juguetes llamada EL GRANDIOSO MUNDO DE JOE. Seguramente lo último que esperaba es que apareciéramos por ahí tan temprano en la mañana. Roger se asomó por un lado del escaparate y al cabo de un momento dijo:
-No hay nadie. Solo la rata y la otra vendedora.
-Muy bien –dije.
Saqué mi 9mm y me dirigí hacia la puerta. Roger me siguió. La campanilla de encima de la puerta sonó y Alberto palideció al verme entrar. Roger cerró la puerta y colocó el cartel de CERRADO. Le apunté con mi arma a Alberto.
-Sal del mostrador –dije mientras avanzaba.
Alberto soltó unos globos que estaba organizando y salió del mostrador muy despacio.
-Tú también –le dije a la chica y le apunté. La mujer limpiaba un payaso gigante de aspecto siniestro que estaba en un extremo del mostrador y que parecía ser muy costoso. La chica levantó las manos y se hizo al lado de Alberto.
-Arrodíllense –dijo Roger.
Los dos se arrodillaron.Antes de que pudiera decir nada, Roger se cambió el arma de mano y le dio un puñetazo a Alberto en la cara. Éste cayó al suelo y se llevó las manos a su nariz destrozada. La chica volvió a alzar las manos.
-No nos hagan daño, por favor. Llévense todo lo que quieran –dijo y señaló hacia la caja registradora. Roger le puso el arma en la frente y le dijo que se callara. Un cachorro sharpei se acercó corriendo a la chica y empezó a lamerle una mano.
-Encierra a ese bicho en el baño –le dijo Roger.
La chica fue a encerrarlo y regresó deprisa adonde estábamos. Miraba con inquietud la sangre que manaba de la nariz de Alberto. El perro comenzó a arañar la puerta por dentro.
-¿Dónde están? –le pregunté.
Alberto no dijo nada. Roger le apuntó de nuevo a la chica en la cabeza.
-Dinos dónde están o esta zorra se muere –dijo.
-¿De qué están hablando, Alberto? –preguntó la chica.
-Ya no los tengo –dijo Alberto.
-¿Y quién los tiene?
-Tuve que darle las joyas a alguien más. Me obligaron –dijo.
Sonreí y le apunté con el arma otra vez.
-¿Quién las tiene?
-Yo las tengo –dijo una voz extrañamente inhumana y mecánica detrás de nosotros.
Nos giramos hacia el mostrador. El payaso gigante que la chica estaba limpiando cuando entramos estaba de pie sobre el mostrador y era al parecer quien había hablado. Roger y yo nos miramos. Antes de que pudiéramos decir nada, el payaso levantó un brazo en el que sostenía un pequeño revólver y le disparó a Roger en la cabeza. Roger se desplomó a mis pies. La chica, la chica tenía una expresión distinta en el rostro. Una expresión maligna. Le disparé tres veces en el pecho y luego empecé a dispararle al payaso pero el maldito muñeco saltó y se escabulló debajo del mostrador. Alberto estaba pálido y temblando.
-¿Qué mierda es esa cosa? –le grité.
Oí unas risas al fondo del local. Alberto negó con la cabeza. Me arrodillé y lo agarré del cuello.
-¿Qué mierda es esa cosa? ¿Cómo la mato?
-No puedes. Se mete dentro de tu cabeza y te obliga a hacer cosas. No puedes matarla.
Me levanté. Mire a Roger, mire el agujero entre sus ojos. Roger. Mi amigo. Toda esta mierda era culpa de Alberto y de nadie más. Y ese maldito payaso… levanté el arma y le disparé a Alberto en la cabeza. El perro seguía arañando la puerta al fondo del local. Volví a escuchar la risa, entre las sombras, en alguna parte. Saqué el cargador del arma, lo tiré al suelo y puse uno nuevo.
-Voy por ti, maldito –le dije a la tienda vacía –. Voy por ti.

martes, 29 de enero de 2013

El fin del mundo frustrado -Autor, Rubenson-

Los cuatro jaguares del apocalipsis


Erase una vez, en lo más profundo de la selva…
—Pero qué hijo de tapir estás hecho. ¿Me quieres echar un pulsito? ¿A mí? ¿Qué es eso de que vienen los cuatro jaguares del apocalipsis, de dónde te sacaste semejante tontería? Ahora, una cosa te digo, buena jugada la de usar de correo a Bokatetepel, el bocazas del poblado —dijo dando un par de aplausos—. Te salió de tapir madre. No tengo a nadie cazando, ni recolectando, ni nada. La mitad están pegando fuego a todo y bailando desnudos, y la otra mitad están haciendo ofrendas a los dioses como locos, y claro, ¿de dónde están sacando las ofrendas? pues de las reservas comunes, olé, olé y olé, con dos mangos asín de grandes —subrayó llevándose una mano a la entrepierna en un gesto nada fino—. Si querías chantajearme para que no te controlase las dosis de peyote con este numerito, que te tronchen. Ahora nos quedamos todos sin peyote, sin poblado y sin mierdas. Verás que bien pasamos la estación de lluvias.
El hombre, tuvo que parar un momento y pedir ayuda a los pocos sirvientes que aún le seguían; la elegante corona de plumas estaba a punto de caérsele, y no se la podía recolocar porque estaba atrapado en un lío de collares, casi mortal, debido a los aspavientos que había estado realizando. Pero el motivo para parar no era el que casi no pudiese respirar, la verdadera razón era que sin la corona real, quedaría aún más empequeñecido dentro de aquella monstruosidad de choza llena de excentricidades. Y no le pensaba dar aquel gusto.
—¿Pero no entiendes que no puede ser? —prosiguió gritando en cuanto terminaron de arreglarle—. Que no puedes ir vendiendo el peyote, que no tienen control. ¿Tú sabes cuántos accidentes tuvimos la semana pasada? ¡Y qué accidentes, Titakoktel mío! —clamó mirando al lejano techo—. Los de caza pase, en la recolección, bueno, pero es que también los tienen hablando, mientras comen, mientras sestean... No hay más que tullidos en el poblado. Somos el hazmerreír de toda la selva. Además, dónde se vio que el Chamán tenga una tapir choza más grande que la del Jefe de la tribu. ¡Tapir, tapir, tapir! —terminó diciendo rabioso con el último aliento de aire.
El anciano, vestido con los lujosos frutos de sus trapicheos, simplemente se encogió de hombros y soltó un ligero gemido desde lo alto de su impresionante trono, hecho de robustos huesos de bisonte importados de las vastas llanuras de Norte América, y tapizado, también, con la piel de estos exóticos animales. Y que aunque carísimo, pagó al contado, porque podía y porque sabía cuánto le jxxxa al Jefe.
—¿Sabes que nos empalarán a los dos cuando no se acabe el mundo al medio día, verdad? Ya no sé si por quedarnos sin poblado o por la ilusión que, al parecer, les hace, pero no pienso caer yo solo por tus chorradas.
El Jefe de la tribu dejó de gritar repentinamente y comenzó a caminar, furioso, de un lado para el otro repitiendo entre dientes «maldito chiflado» una y otra vez. Debido a este encasquillamiento tardó más tiempo del debido en reaccionar, pero al final cayó en la cuenta de que el viejo no había dicho ni pío, ni para disculparse ni para lo contrario. Así que, furioso como estaba, se lanzó a trepar a lo alto del trono lanudo, dispuesto a arrancarle alguna respuesta. Pero al acercarse, se dio cuenta de la mirada perdida de este y de su sonrisa bobalicona, y justo entonces fue cuando gritó enajenado.
—Pero ¡¿estas colocado?! —pudiéndosele oír por todo el poblado.
El jefe, con su monumental cabreo no se había dado cuenta, pero en el momento del grito, la hora H ya había llegado y se había ido hacía rato. A sus súbditos les había sobrado tiempo para darse cuenta de qué era lo que no estaba pasando, y ya andaban buscándole por entre las ruinas para «pedirle explicaciones» al estilo horda, cuando el grito les puso sobre aviso de donde se encontraba. Así que, poco tardó en pasar de gritar como loco en lo alto de un magnifico trono de importación, a gritar como una loca sobre un montón de maderos a punto de arder.
—¡Esperad, esperad! —atinó a decir, presa del pánico. Y todos se pararon en seco, esperando que dijera algo importante—. Un momento… esperad… —pero todos volvieron a ponerse en marcha al comprobar que no sería así.
Tuvo que llegarle el calorcillo a las plantas de los pies para que se le avivara la inteligencia y, de un chispazo, intuir qué era lo que podría compensar a su pueblo por no haber tenido su fin del mundo.
—¡No, esperad, esperad! Todo ha sido un terrible error —esta vez tuvo que gritar más y más alto, nadie le prestaba atención, buscaban con ansias apaciguar su ira con las llama—. ¡Sí que habrá fin del mundo! ¡El fin del mundo va a llegaaaarrr! —al final consiguió que le atendieran cuando ya le empezaban a sudar los pies—. La culpa es de Bokatetepel, el bocazas del pueblo, se confundió de fecha —pero nadie se movía así que gritó —. ¡Empaladddddlooooo! —con los pies, ya, algo ennegrecidos.
Bokatetepel, asustado por las acusaciones, echó a correr entre el gentío y, bueno, entonces ya lo atraparon y lo… en fin, que todo se arregló más o menos bien, para el Jefe. Aunque aún quedaba un asunto pendiente.
—¿El fin del mundo? ¿Que al final cuando es? —la pregunta le incomodaba, y más delante de aquella turba y con el pobre Bokatetepel ahí todo…—. Si claro, mmmm…. —visiblemente nervioso hizo que echaba cuentas con los dedos—. Pssss, pues paaa´ finales del 2.012 —un murmullo se extendió por entre la gente —. Sí, dentro de unos 3.000 años, es lo que hay —prefirió echar la cuenta a largo plazo por lo que pudiera pasar—. Y tú, Escrivatetepel. Déjamelo por escrito en esas tablillas que sino luego la liamos.
…Y lo demás ya es historia.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, MorganJ-

LA PLAGA HUMANA

-Recuerden: tenemos 60 minutos para encontrar la información que necesitamos y sustraerla. No se quiten los guantes por ningún motivo, no enciendan ninguna luz y si algo urgente sucede, marquen a mi celular que subiré enseguida –dijo Roberto –. Voy a estar abajo vigilando que el sujeto no vuelva antes de tiempo.
Entonces Roberto se fue sin hacer ruido y nos dejó solos. Gary y yo nos miramos y luego contemplamos la imponente biblioteca en donde estábamos. No era tan grande como la del primer piso, que ocupaba el equivalente a tres habitaciones grandes y cuyas estanterías llegaban hasta el techo. Según los datos de Roberto habían más de dos millones de libros en esa biblioteca del primer piso. Es un número muy grande pero no dudo ni un segundo de que sea cierto, no después de haberla visto.
La biblioteca del segundo piso, en donde estábamos Gary y yo, era solo para los libros especiales. “Especiales” había recalcado Roberto. Significara eso lo que significara. Roberto nos había entregado unos guantes especiales, unos gorros, unas linternas pequeñas pero muy potentes y nos había explicado lo que teníamos que hacer. Debíamos encontrar una información muy valiosa e importante que solo se hallaba escondida en uno o en varios libros muy especiales que este sujeto en particular poseía. Dicha información no era posible hallarla en ningún otro lado.
-¿De qué información exactamente estamos hablando? –le pregunté a Roberto.
-No es importante que sepan eso y tampoco es de su incumbencia –dijo.
Luego añadió que lo único que debíamos hacer era buscar ese libro o libros, guardarlos en un morral que nos había entregado y salir de la mansión a oscuras antes de que llegara su dueño.
-Deben encontrar y traer cualquier libro que en su titulo contenga una (o ambas, lo cual sería un milagro) de estas dos palabras: Plaga Humana –dijo Roberto.
Como el dueño de la mansión y de todos esos libros también hablaba y leía literatura en otros idiomas, Roberto nos había dado una hoja en donde estaban esas mismas dos palabras, Plaga Humana, escritas en otros idiomas. Human Plague, en inglés. Y en francés, y en alemán, etc.
La biblioteca de libros especiales solo ocupaba una habitación y tendría, no sé, tal vez menos de cinco mil libros. Podrían ser unos tres mil o cuatro mil. El único problema era el tiempo limitado que teníamos, más el hecho de que solo éramos dos personas. Ni Gary ni yo íbamos armados pero Roberto sí y también el conductor que nos esperaba tres cuadras después de la mansión en un auto con placas falsas.
-Voy a empezar por la derecha –dijo Gary –. Tú ve por la izquierda.
Encendí mi linterna y empecé a revisar los libros.

-Si llegan a encontrar algún libro que esté en un idioma extraño que ustedes no conozcan y que no se parezca en nada a ninguno de los que tienen anotados en la hoja que les di, o un libro que no tenga titulo ni nombre del autor por ninguna parte…, guárdenlo enseguida y me llaman, ¿entendido?
Yo solo había encontrado dos cosas que podían servir y ya las había guardado en mi morral. The Dark Plague de Timothy Connolly y Least Human de Steve Crowley. Gary había guardado también uno o dos libros en su mochila.
Para poder realizar nuestro trabajo de forma rápida y eficiente (Roberto nos había pagado el doble por adelantado) Gary y yo habíamos dejado de tratar de entender los motivos de nuestro jefe o la razón o naturaleza exacta de lo que estábamos haciendo. Como no podíamos cuestionar ni entender lo que hacíamos ni con qué fin lo estábamos haciendo, lo único que nos quedaba era hacerlo y ya. Sin preguntas. Qué iba a hacer Roberto con esos libros o a quién se los iba a mostrar o vender después no era nuestro problema.
Habíamos recorrido la mitad de la biblioteca cuando Gary me dijo que creía que había encontrado lo que buscábamos. Se acercó a donde yo estaba y me mostró un libro que no tenia titulo ni nombre del escritor por ninguna parte. Lo abrí. Estaba lleno de caracteres extraños y símbolos que me hicieron doler la cabeza de solo mirarlos. Se lo devolví a Gary y le dije que lo guardara. Saqué el celular e iba a llamar a Roberto cuando escuchamos con claridad su voz abajo. Hola, dijo. Luego, silencio. Gary y yo nos miramos y esperamos. Se suponía que no debíamos hablar en voz alta. Transcurrieron treinta segundos más y entonces escuchamos una ráfaga rápida y apagada de tres disparos hechos con un arma con silenciador.
-¡Mierda! –dijo Gary y se tiró al suelo.
Yo cogí mi morral y le dije a Gary que teníamos que irnos.
Avanzamos por el pasillo a oscuras y llegamos hasta las escaleras. Me asomé con cautela y vi un cuerpo abajo en un charco de sangre. Podía o no ser Roberto. Pensé que lo mejor era saltar por una ventana lateral y huir. Tratar de llegar hasta el vehículo que nos esperaba. Nos giramos para avanzar en otra dirección cuando vimos, en el umbral de la biblioteca que acabábamos de dejar, la silueta alta e imponente de un hombre. Su cabeza casi tocaba el marco de la puerta. La piel del hombre era tan blanca que relucía en la oscuridad. En ese instante recordé una de las advertencias de Roberto a la que no le habíamos prestado mucha atención por considerarla excesiva.
-Si llegan a ver a alguna persona dentro de la mansión por cualquier motivo, así esté dormida en una cama o andando por el pasillo sin prestarle atención a ustedes, cubran sus rostros y escapen inmediatamente. Si alguien de dentro contempla sus rostros, así sea por un segundo, ya no tendrán salvación posible.
Gary y yo nos miramos y tragamos saliva.
La figura de la biblioteca comenzó a levitar hacia nosotros.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Título clave -Autora, Mica-

Una señal.

Otro aburrido día de escuela, aunque no creo que así se le pueda llamar a este lugar. Me encontraba caminando hacia la lúgubre mansión por el sendero hecho barro que llevaba hacia ella. Los fantasmales cuervos negros, parecían observarme desde los árboles, pero yo ya estaba acostumbrada a su mirada.
En fin, cuando llegué a la gran entrada del lugar, me detuve a saludar a la portera, y retomé mi camino hacia el salón.
Ya estaba llegando, cuando vi a mi amiga, Emilia. Parecía un zombie. Iba a acercarme para gastarle una broma sobre su aspecto, pero al hacerlo, noté que tenía una cara de espanto que podría perturbar a cualquiera, tenía la vista puesta en un punto ciego, y lloraba repitiéndose ‘vendrá por mí’ una y otra vez. De repente se derrumbó y calló sentada al piso, se puso en posición fetal mientras lloraba más fuerte y se repetía esa frase una y otra vez. Pronuncié su nombre para hacer que me prestara atención, pero no reaccionaba. Me asusté y salí corriendo hacia mi salón para avisarle al profesor.
Una vez que llegué y le grité lo que había visto, nos dirigimos al lugar en donde estaba Emilia. Pero al llegar, me llevé una sorpresa al descubrir que ella ya no estaba ahí. Me pusieron un castigo por ‘hacer una broma’ de tan mal gusto, pero no me importó, no me podía sacar esa imagen terrorífica y esa frase de la cabeza.
Cuando el profesor tomó lista, no pude evitar estremecerme al oír que Emilia estaba ausente. ¿Es que me estaba volviendo loca? Yo la había visto en el pasillo, quizás se había retirado antes.
Mis compañeras estaban preocupadas por otras cosas, entre las cuales se encontraba la fiesta que harían por la tarde. Intenté involucrarme en la conversación y convencerme de que lo que había visto y oído era un producto de mi imaginación, pero parecía tan real...
Tocó el timbre del recreo y fui hacia el baño de chicas, entré con la cabeza puesta en mi bolso, buscando mi celular para enviarle un mensaje a Emilia. Estaba en eso, cuando decidí echarle un vistazo al gran espejo que había frente a mí, y así ver si el miedo que tenía se veía reflejado en mi cara. Pésima decisión. El lavamanos estaba lleno de sangre y en el espejo se dibujaba la frase ‘La que sigue eres tú’ y una flecha dirigida hacia el costado del baño. Seguí la flecha y chillé con tanta fuerza que me dolió la garganta. Mi amiga estaba ahí, sí, tirada sobre un charco de sangre, con los cabellos enredados y la mirada perdida. Por alguna razón, corrí hacia ella y me senté a su lado, gritando su nombre, tomando su lastimada mano y apretándola con fuerza. Ya no podía ver bien por las lágrimas saliendo de mis ojos, tenía un nudo en el estómago y me dolía el pecho. Y así estaba, sin saber que era lo que debía hacer, cuando de pronto me percaté de algo en su brazo, quité las lágrimas de mis ojos y volví a gritar. Unos cortes se esparcían por toda la longitud de su brazo derecho, con trazos firmes y feroces. Intenté aclarar mi mente, y me levanté del piso. Mis piernas temblaban, y se me hizo muy difícil mantenerme en pie. Comencé a sentirme mareada, vi borroso, y segundo después, todo se tornó negro.
Desperté en la enfermería de la escuela, sobre una camilla. La enfermera que me atendía, me dijo que me habían encontrado desmayada en el baño, y de repente recordé lo que había pasado, la sangre, mis gritos, el cuerpo inerte de Emilia. Me incorporé bruscamente y perdí el equilibrio, no llegué a caerme, pero la enfermera me dijo que tuviera cuidado, me había golpeado la cabeza al caer. Le pregunté si yo estaba sola cuando me encontraron, y me contestó afirmativamente. Salí de ahí y comencé a correr hacia el baño. Estaba ya llegando, pero alguien me detuvo. Era una de las profesoras, le conté que me había desmayado, omitiendo la causa, y cuando hube terminado de contarle mi historia, me dijo que vuelva al salón. Me dirigí a este pensando que todo había sido un sueño, o mejor dicho, convenciéndome de eso. Cuando por fin ingresé, el profesor preguntó por mi accidente, y al llegar a la conclusión de que todo estaba bien, me envió a sentarme. Casi suspiré de alivio al ver a Emilia sentada allí junto al banco hacia el cual me dirigía, todo había sido un sueño. El profesor siguió copiando ejercicios en el pizarrón, y todos aprovecharon a comenzar a hablar, yo también quería hablar con mi amiga, y asegurarme por completo de que nada de lo que había visto había sido real. Mientras charlaba con ella, noté algunas lastimaduras en su brazo derecho, pero no le di importancia. Luego de un rato, todos comenzaron a hacer los ejercicios, ya que el profesor había terminado de copiarlos y se había dedicado a observarnos con fijeza. Me miraba algo confundido cuando le preguntaba algo a Emilia, como si yo estuviera loca...
También pasé el recreo con ella, todos me miraban muy extraño mientras conversábamos. Estábamos caminando por el pasillo, cuando vimos que mis papás estaban en la oficina del director, él les estaba diciendo algo con la preocupación marcada en el rostro. Mi mamá me miró con tristeza, y mi papá la abrazó en forma de consuelo. Le pregunté a Emilia si ella sabía algo, y mi mamá comenzó a llorar. Los tres salieron de la oficina y después todo pasó muy rápido.
Dos hombres vestidos con monótonos uniformes blancos me llevaron hacia una camioneta igual de blanca, y me colocaron una extraña camisa blanca que no me permitía estirar los brazos, manteniéndolos en una incomodísima posición. Mis papás estaban llorando, y yo no entendía nada. Los dos hombres me metieron a la camioneta y me acostaron sobre una camilla. El vehículo se puso en marcha, y yo veía como me alejaba de ese extraño lugar al que llamaba escuela: el bosque que se esparcía alrededor de la elevada mansión, el deshecho camino que guiaba hacia ella, los cuervos negros que seguían observándome macabramente; mis papás, el director, mis amigas, todos allí parados llorando desconsoladamente. Yo sigo sin entender nada, pero Emilia encontró la manera de entrar conmigo a la camioneta y me dijo que todo va a estar bien, y que ella siempre va a estar conmigo...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, Rubenson-

Las verdades que a veces callo

Los que me conocen me llaman Bob, y vivo en la tierra. Un lugar peligroso, difícil, en el que la única preocupación es vivir, bueno, sobrevivir un día más como se pueda. Esto ha hecho que se haya vuelto un poco menos humana de lo que llegó a ser y de lo que me gustaría que fuese. No viví en la época de la que los más ancianos hablan de oídas, pero pienso que tenía que ser hermoso y agradable el que, sino en todos los casos, la tónica general fuese la de ayudar y respetar al prójimo, preocuparse por el vecino, por cómo le va por si se le puede ayudar en algo y no por si se le puede robar, o por como matarlo si no se deja.
Si, este es mi hogar, la tierra, toda ella, no especifico más porque es así en todas partes y da lo mismo el lugar donde esté, la gran mayoría malvive asustada, y la ley del más fuerte o la del más listo impera en todas partes sin excepción. Quien puede machaca, quien no roba, engaña o muere miserablemente.
En esta tierra como podréis imaginar la moralidad está mal vista, bueno, más bien es difícil de ver. Quien la tiene la esconde hasta que consigue deshacerse de ella, ya que antes o después termina oliendo a cadáver. Nadie se fía de nadie, ni se arriesga a ayudar si no puede sacar nada a cambio, algo que merezca la pena por supuesto, y eso todos lo saben, así que llegamos otra vez a lo de que nadie se fía de nadie. Pero por suerte para mí, parece ser que existe algo que llaman necesidad y desesperación.
No soy ni el más fuerte ni el más listo pero soy paciente, y solo tengo que sentarme a esperar a que los peces vengan.

La puerta blindada se abrió lenta y pesada, empujada por un pequeño pez.
-Buenos días- aun me cuesta decirlo con la gran sonrisa que me exigen.- ¿En qué puedo ayudarle?
La pobre dio los buenos días también con una sonrisa, pero apenas podía disimular los ojos de cordero. Sabía dónde se metía. -Buscaba solicitar un crédito, y me gustaría consultar las condiciones que ofrecen.

El banco donde trabajo es solo uno de los peces grandes, que se alimentan de forma desmedida y sin control de todos los que se atreven a adentrarse en sus fauces, atraídos por los anuncios en internet, televisión, radio… y empujados por la necesidad.

-Enseguida. Si hace el favor de seguirme…- le hice una semi reverencia acompañada de un ligero gesto con el brazo. Me siguió por la sucursal, fastuosamente decorada, hasta un pequeño despacho con un gran ventanal que tiene vistas al hall de la entrada. Y allí, le ofrecí amablemente una de las tres sillas que rodeaban la mesa que se hallaba en el centro, para que no se diga que escatimamos en gastos ni en gestos.- ¿Y en qué cantidad estaba usted pensando?

Mi función es la de cerrar un trato beneficioso para “ambos”. Y la mayoría de las veces ni siquiera he de mentir.

-200.000€
-Bueno, es una cantidad elevada. ¿Tiene usted una nómina?
-No, yo pensaba…- se interrumpió al sacar unos papeles del bolso.
-¿El piso como aval?-directa a las brasas, pensé yo.
-¿Habrá algún problema?

Pero, a veces, recordando la tierra de la que los más ancianos hablan de oídas, no puedo evitar pensar en las verdades que a veces callo, en mis decisiones y en sus consecuencias. Y es en esos momentos cuando sucede una de esas cosas que te hacen sentir bien, que te reconcilian contigo mismo y con el mundo que te rodea, haciéndote posible sobrevivir un día más en esta tierra.

-¿La verdad? Sí, sí habrá problemas.