La navidad entraba poco a poco en la ciudad. Silenciosa, pero abrumadora. Supongo que sabéis de lo que hablo, que todo el mundo lo ve cada año. Como, a primeros de diciembre, el cambio es visible. Como las calles comienzan a inundarse de miles de lucecitas fanfarronas que intentan hacernos olvidar la realidad.
Para muchas personas diciembre es simplemente Navidad, es un mes que normalmente está marcado por la magia, la magia de esa noche en la que todos sonreímos, nos reunimos en familia y esperamos con ansia esos regalos que tienen preparados para nosotros.
Agudizamos la vista. Hoy es 23, de noche, aunque no muy avanzada. Ha nevado hace poco, como si el cielo reclamara algo, aunque, en realidad, ¿quién no reclama algo, sobre todo en estas fechas? Carolina está sentada sobre un escalón mal puesto sobre la acera, lleno de nieve, como si a un arquitecto idiota le hubiera apetecido ponerlo allí solo porque le parecía que quedaba bien. Es morena, con tonos pelirrojos, que únicamente se ven al sol, sus ojos son marrones, del color del chocolate, y parece que juguetea con sus pensamientos, echándoles un pulso a ver quien es más fuerte.
Para ella la Navidad, no es igual que para todos, o para casi todos. Nunca ha vivido una con la misma familia, nunca en sus quince años de vida, ha pasado una Navidad de verdad. Nunca.
Está nerviosa porque parece que ha encontrado a las personas idóneas para formar una familia, o para, al menos, poder convivir. Son amables, simpáticos, son risueños y la tratan bien, y va a tener alguien que la regale algo y alguien a quien poder regalárselo. Han adornado la casa, el jardín, y las ventanas, y su habitación- quien pensaría que algún día tendría habitación propia- pero eso no es lo más importante, es el espíritu que llevan dentro, y lo que significa este día para su nueva hermanita pequeña. Sabe lo mucho que importa que la hayan adoptado, que no acogido, con una edad tan avanzada y en ese momento del calendario tan problemático. Pero no puede evitar tener miedo. Y dentro de su gorro de lana azul, rememora el accidente que la dejó sin padres.
Iban al centro comercial para comer algo en familia. Ella tenía sólo cuatro años, e iba cantando una canción de la radio, aunque aún ni siquiera pronunciara bien las eses. Su madre la miraba desde el asiento delantero pensando la cara que pondría al ver lo que la habían comprado, cuando un coche dos veces más grande que el suyo se les atravesó horizontalmente provocando un tremendo impacto. Por un momento, en los recuerdos de Carolina, se funde el metal por todas partes, el olor a sangre y una de las notas de la canción a mitad de la garganta. Después sólo se ve a sí misma con esos ricitos adorables bailando sobre sus hombros al desabrocharse la silla donde iba montada y esa cara de inocencia cuando intentaba despertar a su padre, o segundos después, cuando tocaba los párpados de su madre con su dedito minúsculo intentando que la ayudaran a salir del automóvil. Y la conversación entre susurros demasiado altos de los policías sobre si debían mandarla al orfanato local. Joder, ella ni siquiera sabía lo que era ser huérfana. Las personas que la acogían no la querían porque no sabía como sonreír, no se concentraba en las clases porque intentaba hablar con sus compañeros y nadie la aplicaba el típico cuento de porqué hay que estudiar. Así que fue de casa en casa, hasta llegar hasta donde está ahora.
Mira el reloj, es tarde, debe volver, además, no ha dejado ninguna nota diciendo donde iba o cuando iba a llegar.
Los surcos de las lágrimas permanecen sobre sus mejillas, pero sacude la cabeza y borra aquellas imágenes de su cabeza, enciende el reproductor de música y termina por concentrarse en los familiares sonidos de su canción favorita.
Detiene sus nudillos a centímetros de la puerta, va a llamar pero recuerda que le han dado llaves, así que mete la correspondiente en la cerradura, cuelga su abrigo en el perchero y va hasta el salón. Allí se sorprende cuando encuentra a Pedro colgando el teléfono y a María dando sus datos personales.
-Oh, ya entiendo.- Carolina agacha la cabeza.- ¿Vuelvo al orfanato?
-¡No! – María corre hacia ella.- Estábamos llamando allí por si habías vuelto tú misma. Pero… - se olvida de que estaba muerta de preocupación- ¿¡Dónde has estado jovencita!? ¡Te has pasado el día fuera!
-Yo… lo siento…- sonríe, no ha pasado lo que esperaba.
-Bueno, te dejo porque… estoy solidaria.
-¡María!
Se acerca y le da un abrazo, se aproxima al oído de Carol y le dice:
-Pedro se moría de angustia hace un segundo.
Las dos se ríen.
-Creo que puedo llamarle papá.
Ha pasado, se han convertido en su familia y sabe que probablemente al año siguiente sus navidades estarán junto a ellos.
Aqua
Enternecedor relato. Ojalá abundaran estas familias.
ResponderEliminarUn saludo y Feliz Navidad.
ibso
pobre chiquilla, menos mal que encontró su familia
ResponderEliminarSandra: Con este relato pensé en dos cosas: En cuantos accidentes habría en esta Navidad,que hayan cambiado radicalmente la vida de algunas familias, y en cuanto niños huérfanos nunca encontrarán un hogar ni este año, ni el siguiente, ni el siguiente.
ResponderEliminarQueen contra de toda predicción, este año sea positivo: Doña Ku
Que hermoso, es triste la soledad y más en esos días festivos. Felicidades, te quedó muy bien. Te escribo tarde pero seguro... :-D
ResponderEliminarMe encantó ese final, encontró su lugar en el mundo!!
ResponderEliminarTe deseo un gran gran año!!
Suerte suya. Por eso no hay que perder la esperanza.
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