HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

jueves, 29 de noviembre de 2012

Las palabras prohibidas -Autor, Morgan J-

LA CITA MÉDICA

-¿Se encuentra bien, Señor Morgan? Trate de relajarse. Recuerde que nada de esto va a dolerle –dijo el dentista.
Abrí los ojos y trate de asentir. Estaba sudando como un cerdo, sentía que el sudor resbalaba por los apoyabrazos de la silla y caía al suelo. Los aferraba con tanta fuerza que ya no sentía mis dedos.
-Abra la boca, por favor.
El doctor cogió algo de una bandeja metálica donde estaban desplegados varios instrumentos de acero inoxidable. Los testículos se me encogieron y mi estómago empezó a ponerse duro como una piedra.
-¿Señor Morgan? Abra la boca, por favor.
¡Dios mío! El doctor no entendía que cuando sintiera ese instrumento dentro de mi boca iba a gritar o a darle un puñetazo en la cara. No entendía lo mucho que me estaba esforzando para no herirlo. Él no sabía nada sobre mi pasado, no sabia nada de mi padre, no sabia nada de las torturas que yo había sufrido. Hasta su voz me sonaba parecida a la de papá.
-Señor Morgan, por favor, necesito que abra su boca. Si no colabora voy a tener que pedirle a uno de los policías que están afuera que entre y me ayude. ¿Quiere eso?
Los policías. Ya me había olvidado de ellos. Los policías que me habían escoltado desde la prisión y que esperaban afuera para darme privacidad.
-¿Señor Morgan? –la voz era igual a la de mi padre.
Respiré hondo y abrí la boca.
El doctor cogió algo parecido a una pinza, se inclinó hacia mí, la introdujo en mi boca y, en ese instante, vi a mi padre encima mío con su viejo revólver entrando a mi boca.
-Sonríe hijo –dijo– ¿Te gustaría conocer el infierno? Yo puedo mostrártelo.
Grité con todas mis fuerzas y de un puño le rompí la nariz al dentista. Cayó sobre la bandeja de instrumentos causando un gran estrépito. Me levanté, recogí la pinza (el revólver) y empecé a enterrarla con fuerza en el cuello del doctor. Escuché actividad y alboroto al otro lado de la puerta. Agarré al doctor de la camisa y lo levanté del suelo. En el momento en que los policías abrían la puerta de una patada y desenfundaban sus armas, yo lanzaba el cuerpo del doctor (de mi padre) por la ventana y luego me lanzaba detrás de él.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Los dos mundos -Autor, Rubenson-

La búsqueda

Cansado de remover cielo y tierra se dio cuenta de que se había quedado sin ideas y se preguntaba qué demonios hacía de nuevo allí, en aquel caserón en ruinas donde solo encontraría dolorosos recuerdos y nada más. Los gritos de María y Emma en el piso de abajo, la explosión y el fuego por todas partes no dejaban de darle vueltas en la cabeza. Pero era la pregunta que le había hecho su mujer, cuando se la encontró quemada y agonizante en el jardín la que le mantenía despierto desde entonces. ¿Dónde está Emma? Intentó mantener la compostura mientras se acercaba a la ventana, necesitaba aire fresco, y al apartar los jirones que quedaban del viejo cortinón se sorprendió al poder contemplar, tras los pedazos de cristal que quedaban aun en su sitio, todo el valle a sus pies, iluminado por una luna blanca y brillante que dejaba ver con claridad las casas, las granjas, las montañas a lo lejos, todo casi como si fuera de día. Y pensó que si se podía ver tan luminosa la noche más tenebrosa del año es que todo era posible, y sintió menos dolor en aquella habitación repleta de las sombras, difusas y danzantes que proyectaban las pequeñas velas que la iluminaban.
Los participantes de aquello que Juan pensaba que era una locura hacía rato que habían llegado. Discutían y se movían de acá para allá, intentando encontrar su sitio en la formación en base a no sé qué extrañas reglas jerárquicas mientras se esforzaban, en vano, por no hacer ruido en aquel entarimado tan requemado. Cuando todos estuvieron dispuestos, uno de ellos dijo “Tenemos que comenzar ya, la hora está próxima y hay que preparar el círculo” así que dejando que se colocase por si solo el cortinón, Juan tomó el último asiento libre. El guía le pidió que pusiese sobre la mesa el reclamo, y Juan, de forma torpe, sacó del bolsillo de su camisa una alianza, la colocó en el centro del tablero que se encontraba sobre la mesa y cerró el círculo agarrando, sudoroso, las manos de sus dos acompañantes más próximos. “Ahora, con voz firme y clara di el motivo de nuestra reunión, y después únete al resto” le guiaron entre susurros.
-Quiero hablar con mi mujer, María. Bueno ex mujer, ella está…
“Tranquilo Juan, es suficiente” le interrumpieron “Ahora únete al resto de tus compañeros y déjate llevar”. Y así lo hizo, sin soltarse de las manos y cerrando los ojos agachó la cabeza como los de más, dispuesta a ello.
Pero no le dio tiempo, porque antes de que pudiera dejar de pensar en que no tenía que pensar en nada y de poder abandonarse como el resto, notó un frío repentino segundos antes de percibir el débil pero siniestro sonido de algo que se arrastraba en la mesa. Abrió los ojos y vio el anillo, quieto ya, sobre el “hola” escrito en la tabla. Automáticamente miró a los componentes del círculo, que seguían agarrados unos a otros en concentración aparente, y preguntó exaltado – ¡¿Quién ha sido?!- Pero nadie respondió, al menos nadie que él pudiera ver, porque aun con la tenue iluminación de las velas, ahora algo más tenue, fue suficiente para observar con claridad cómo se movía la alianza por todo el tablero, ella solita, de forma lenta pero aparentemente firme, para ir marcando sutil mente cinco letras.
-María- susurró muy lentamente Juan, que no pudo ver el truco y “temía” que todo aquello fuese real.
Echó otra mirada con cara de incredulidad a su alrededor buscando una respuesta, pero todo seguía igual, salvo que ahora todos movían la cabeza al unísono como si estuviesen en trance. El anillo volvió a moverse, y juan se centró de nuevo en él, sus movimientos erráticos daban la impresión de que le costaba avanzar cada vez más, y se podía apreciar como disminuía el brillo de las velas de letra en letra, dejando lentamente hasta dejar la habitación en penumbras.
-¿Entonces está contigo?- balbuceó llorando, Juan -¿no sufrió?
Pero el anillo nunca más se movió.