HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

martes, 29 de mayo de 2012

La doble imagen -Autora Aqua-


Adela llevaba tanto tiempo persiguiendo aquella rosa, que prácticamente pensaba que nunca conseguiría encontrarla. Pero allí estaba, perfecta, a escasos centímetros de sus dedos. Que en un instante la tocaría, y toda aquella historia absurda terminaría.
Años atrás…
-¡Adela! ¿Has hecho tú eso?
-¡Sí, mamá! –Adela exhibe una gran sonrisa desdentada. Mira a su madre, con esos grandes ojos verdes, con el pelo alborotado.
-Oh, cariño…- Diana sonrió, por fin, por fin su querida hija había encontrado su poder, el de la curación. - ¡Vas a ser una sanadora encantadora!
-¿Así es cómo se le llama a eso en la comunidad mágica?
-Sí, cielo, así.
Adela había curado a un pequeño pajarito que había caído de un árbol, así comenzó su historia.
Y unos años después, en unos cuantos jardines más allá…
-¿Kevin? ¡Kevin!
-Adela, mierda, mierda, me he rajado la pierna. Llama a una ambulancia. ¡Corre! ¡Venga! ¿Qué haces ahí parada?
Estaba sopesando lo que iba a pasar. Seguramente la ambulancia no llegaría a tiempo. Pero… él era su mejor amigo, no podía dejar que le amputasen la pierna, porque según su experiencia, eso era lo que pasaría. Así que, con lágrimas en los ojos, se acercó a él puso las manos sobre lo poco que quedaba de piel… y ¡PLUF! Simplemente la herida ya no estaba allí. Él no preguntó, probablemente sabía desde hace tiempo su don, aunque no se hubiera percatado de ello. La besó. Y ahí quedó todo. Pero había pagado un alto precio por ello.
Era una norma de rigor el que ningún mortal con poderes supiera que existía la magia. Y ella acababa de infringirla.
¿El coste? Si no encontraba la rosa, la rosa de los vientos, su descendencia estaría condenada al exilio.

La rosa es, desde tiempos inmemoriales, el objeto más buscado por aquello que se llama la comunidad mágica. ¿Por qué? Porque inutiliza los poderes oscuros de los magos. Nadie la ha visto, nadie sabe cómo es en realidad. Sólo lo que hace y su puede que incierto origen… que un dios griego la colocase allí para su amada, para ver si superaba la prueba de su amor. Evidentemente, no lo hizo. Así que es una forma de castigo para las personas que incumplen las normas. Y, por supuesto, Adela lo había hecho.

Se había tirado media vida buscándola, en todos los rincones del mundo, en todas las tribus de magos, en todas las dunas y desiertos. Y no la había encontrado. Kevin la acompañó en todos y cada uno de sus viajes, aunque no pudiera entrar en todos los lugares, porque a partir de su sacrificio, se habían convertido en almas inseparables.
Eran buscadores de tesoros, cazadores de recompensas. Habían conseguido ser felices juntos. Pero tiempo después de comenzar la búsqueda nació una preciosidad llamada Catherine. Entonces, Adela tuvo que pactar un trato, su hija se quedaba en tierra hasta que ella muriera, si en ese momento no había encontrado la rosa estaría condenada al exilio.
Después todo fue frenético. Pero se rindieron. No quedaban más rincones por visitar, tenían que preparar a su hija para una práctica muerte segura.
Sin embargo, habían pasado algo por alto. La amada de aquel dios griego era mortal, sin poderes. Por tanto no alcanzaba lugares mágicos.
Así que tuvieron una última idea, que si resultaba no estar en lo cierto, sería la última partida de búsqueda.
Fueron a la primera aldea mortal. Allí hablaron con el jefe de la rosa. Pero él no les atendió hasta que Adela le mostró su poder. Conocían el secreto de la magia, porque aquel dios se lo había contado.
Les llevaron hasta una cueva. Y al final de la gruta, estaba su salvación.
Una preciosa rosa roja, con el tallo y las hojas de oro, les estaba esperando.
Así que con las manos llenas de arrugas, y en el rostro quizá demasiada sabiduría, Adela entregó a la comunidad mágica aquella rosa, quitando de su nombre la infracción que había cometido hacía tanto tiempo. Pero, cuando salió por la puerta, la rosa desapareció. Porque, al fin y al cabo, era ella quien decidía dónde iba, y quería volver al sitio de donde había sido cogida, por si alguna vez aquella amada de aquel dios, lograba encontrarla.

lunes, 28 de mayo de 2012

La doble imagen -Autor Rubenson-


Hambre

Sentados en un viejo embarcadero jugueteaban con los pies cerca del agua mientras les rugía el estómago como un león. Vagarsin dinero, sin prisas y sin rumbo tenía sus cosas,y aquella era una de ellas. Ya hacía tres días que se habían comido la última torta de arroz, y desde entonces solo habían podido echarse a la boca un par de saltamontesdespistados. Así que andaban por el mundo, a pesar del aporte extra de proteínas, arrastrándosecomo un par de gusanos en las últimas cuando se toparon con aquel lago.
Y allí estaban, en aquel idílico lugar discutiendola mejor forma de pescar algo sin tener cañas,ninguno lo había intentado antes, cuando uno de ellos advirtió lo que rondaba bajo las roídas maderas del embarcadero.Era un pez, un pez enorme, de casi dos metros.Y brillaba como el oro bajo el intenso sol de mediodía.
-¿Cómo lo hacemos? ¿Saltamos encima? -dijo impaciente el más joven.
-Es muy grande, busquemos un par de palos y…
-¿Te da miedo una trucha grande? -dijo agazapándose en el borde-, además se va a ir.
-Que lo vas a espa…- intento gritar en susurros, pero no terminó la frase. Saúl ya había llegado al agua y le interrumpió gritando “lo tengo, lo tengo, ayúdame”.
Ya es nuestro, pensó Dani, y ante las perspectivascayó en una especie de ensoñación en la que contempló cién formas distintasdecocinar aquel magnifico pez dorado. Hasta que su hermano le devolvió a la realidad,gritando socorromientras era zarandeado, golpeado y sumergido una y otra vez, con tal potencia,que empezó a tenerdudas sobre quien secomería a quien.
-No se te ocurra soltarlo-le dijo relamiéndose-voy a buscar un palo.
-¡Socorro! -gritó nuevamente escupiendo agua.
Dani saltó en plancha sobre la cola del pez, como pudo puso los pies en el fondo fangoso y resbaladizo, consiguiendo sacarla fuera del agua.
-¡Hacia la orilla! -le gritó con fuerza- ¡vamos, ponte de pie ylevántale la cabeza!
No fue fácil, el pez demostrabasu fuerza retorciéndose casi a placer y lanzando bocados sin que apenas pudieran hacer nada. Además,Saúlpudo observar con atenciónla boca llena de dientes retorcidos y puntiagudos que sobresalíanaun cuando ésta estaba cerrada. Yse esforzabamucho más por mantenerla lejos de él que de acercarse a la orilla.
En aquel momento el objetivo no estaba claro y la situación parecía darse la vuelta.Pero el hambre es un gran aliado, y en contra de lo que pueda pensarse, te da fuerzas y tesón para continuar. Así que la cosa continuó hasta que el pez, que no tenía hambre, cedió.
-¡Está bien!- gritó el pez –vosotros ganáis, oficialmente estoy atrapado.
Todo quedó en calma y los hermanos al dejar de ser sacudidosquedaron,paradójicamente, desorientados.
-Digo que os concederé el deseo.¿No es eso lo que queréis?
-¿Cómo?- balbuceó,Saúl, sujetando la cabeza parlante.
-El pez dorado.El de los cuentos clásicos.Estoy obligado a conceder un deseo a quien me atrape-. El pez se ofendiópor no ser reconocido-. Macho eso todo el mundo lo sabe.
Los tres quedaron en un silencio incomodo,donde se dejaba oír el vuelo rasante de las libélulas y los árboles mecidos por el viento.
-Claro que sí- reacciono al fin Dani-¿el pez dorado, recuerdas, Saúl? El cuento de la yaya.
Saúl, hizo memoria por un segundo-Sí, sí, claro, el pez. ¿Y qué podemos pedirle?- le contestó.
- Espera, espera. ¿Es uno para cada uno?- Pregunto Dani.
-No- Dijo el pez, sonriendo con toda la dulzura que le permitían sus desproporcionados dientes.
-La paz mundial- sugirió rápidamente Saúl.
-No, eso no-intentó zanjar Dani-. Yo quiero una casa, que estoy harto de dormir a la intemperie.
-¿Una casa? ¡Tu eres un pedazo de…!
Y nuevamente, en aquel otro preciso momento en el que todo parecía volverse en contra de ellos,el hambre ayudó a que la balanza se inclinase a su favor.
Así que finalmente los hermanos se reconciliaron y fueron felices para siempre, ya que les unía la sangre, las ganas de reconciliarse porque eran hermanos y además el hambre. Y el pez, que sonreía orgulloso por haber sido reconocido por los muchachos, también sonrió contento y feliz hasta el fin de sus días. Que por cierto, fue ese mismo mediodía. Cuando los hermanos decidieron comérselo a la Navarra.

La doble imagen -Autora Ichabod-


Compañera de imagen: Ibso


El calor.

A pesar de que hacía viento, el sol de septiembre pegaba con fuerza. Su luz quemaba sin calentar, cargando la atmosfera con una sensación opresiva. El bosque estaba en calma, todo totalmente quieto como si sus moradores durmieran una siesta que nadie osaba perturbar.
El único movimiento era el suyo. Sus pasos irrumpían tímidamente en aquél caluroso silencio. Un joven muchacho caminando entre los verdes senderos sin rumbo fijo. Si cualquiera lo hubiesen visto tal vez lo hubieran juzgado como un joven vago buscando perder el tiempo, pero ellos no conocían los motivos que lo llevaban a emprender esa caminata.
Aquél errabundo muchacho finalmente se sentó sobre un tronco caído y agachó la cabeza. Comprendió entonces su acierto al llevar aquellas gafas oscuras, pues así ocultaba su mirada de la vista de los demás, una mirada que solo le correspondía a ella. La angustia le hacía latir el corazón a tal velocidad que parecía que en cualquier momento le sobrevendría un infarto. Quizás eso hubiera sido lo mejor, morir súbitamente y ser arrastrado silenciosamente hacia la nada. Por lo menos así no tendría que hacerle frente a la realidad que estaba por venir. Cada día que pasaba se arrepentía tanto de sus acciones…
De pronto escuchó pasos. Se quitó los lentes como si con eso pudiera aguzar su oído. Un ligero arrastrar de pies sobre el musgo y la hierba lo llevó a alzar lentamente su cabeza. No cabía la menor duda, ella ya se estaba acercando. Mudó su semblante de tal forma que ella no pudiera adivinar sus sentimientos, convirtiendo su faz en una pétrea máscara de emociones. Temía que, en determinado momento, ella lograra disuadirlo de la convicción que lo había llevado a ese bosque.
Entonces ella apareció detrás de un árbol, una muchacha de su misma edad. Se veía tan hermosa con aquellas flores de colores prendidas en el cabello y el níveo vestido que resaltaba su figura que el muchacho dudó por un momento de su determinación y a punto estuvo de romper su defensa. Pero no podía echarse para atrás, no más. Apretó con fuerza, pero discretamente, su puño en un intento de infundirse valor a sí mismo, de dejar atrás de una vez todo ese lastre… Debía hacerlo.
— ¿Qué haces aquí? No te esperaba sino hasta el anochecer —exclamó ella con una amplia sonrisa en el rostro.
El joven sintió ese gesto como una fría puñalada de hielo en el centro de su ser. Definitivamente debía hacerlo, así que aspiró profundamente y se puso en pie con un solo movimiento.
— Ya no vendré más, no quiero seguirte viendo —soltó tal y como lo había planeado. Lo mejor era decir las cosas sin rodeos para deglutir de una vez el trago amargo que esa decisión le suponía. Apretó los labios, esperando la respuesta de aquella muchacha a la que si vida había estado tan atada.
Contrario a toda expectativa lógica, la chica amplió su sonrisa, enseñando un par de blancas hileras, y se adelantó para tomar la mano del muchacho. Era un gesto tan cruel.
— ¿Pero qué estás diciendo?
— Que ya no quiero verte —repitió el chico. Una vez dicho por primera vez, lo demás tendría que resultar sencillo, ¿o no? Por lo pronto, se desasió de la mano de su otrora amada y dio unos pasos hacia atrás. Casi tropezó con el tronco en el que antes había estado sentado—. Esto tiene que acabarse.
— Tú no puedes tomar esa decisión, no te corresponde —la joven se acercó un par de pasos, con la vista fija en los ojos de su interlocutor. En esa mirada había algo, una cosa indeterminada.
— Claro que puedo. Esta es mi vida y quiero continuarla lejos de ti —exclamó el chico mientras gruesas y repentinas gotas de sudor surcaban su rostro. De alguna forma sabía que no se debía al calor del ambiente, sino a algo más.
— Yo te amo —exclamó la otra con una voz quebrantada, al borde del llanto, pero en sus ojos continuaba con aquella expresión terriblemente vacía de significado y, a la vez, llena de “algo” siniestro e indeterminado.
El muchacho sintió una gran opresión en el pecho al escuchar esas palabras. El aire que lo rodeaba se tornó sofocante de súbito. Parecía que su piel ardería en cualquier instante. Entonces lo recordó, supo de pronto el por qué estaba ahí haciendo tales declaraciones.
— ¡Tú estás muerta! —gritó reuniendo las fuerzas que le fueron permitidas. Él sí que estaba al borde del llanto. Sentía un millón de arpones ígneos que le traspasaban inclementes su corazón. Tal vez había cometido un error al ir ahí…
— Te equivocas, mi amor —la chica sonrío de nueva cuenta, pero en este gesto nada había de amable. Era más bien una mueca tan fría como la tumba en la que había estado reposando hasta entonces—. Tú me mataste. ¿Lo olvidas? Me enterraste aquí mismo.
—No… yo ya no… —el joven quiso replicar, pero las palabras no lograron salir de su boca. El calor que sentía era tan sofocante que lo obligo a postrarse en el húmedo suelo del bosque.
— Sí. Y desde entonces has venido a verme, cada noche. Continúas siendo el mismo adorable gusano que me estranguló con sus propias manos —dijo ella en un tono dulce al tiempo que su cuerpo comenzaba a transformarse, mostrando la pútrida criatura en la que la muerte la había convertido. Se acercó a su amado, quien se asfixiaba lentamente al tiempo que se abrasaba por dentro, y le acarició su tersa cabellera—. No te preocupes, cariño. Yo te ayudaré a ver la realidad, te ayudaré a que estemos juntos para siempre, amándonos en el mismo lugar que tú escogiste para nosotros… ¡Te he preparado un rinconcito tan acogedor en el infierno!

Cuentan los viajeros que pasan por esa zona del bosque que en ocasiones se llega a sentir un calor súbito y sofocante, acompañado por los gemidos de placer de una mujer y los desgarradores gritos de dolor de un hombre.