HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

sábado, 29 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, MorganJ-

LA PLAGA HUMANA

-Recuerden: tenemos 60 minutos para encontrar la información que necesitamos y sustraerla. No se quiten los guantes por ningún motivo, no enciendan ninguna luz y si algo urgente sucede, marquen a mi celular que subiré enseguida –dijo Roberto –. Voy a estar abajo vigilando que el sujeto no vuelva antes de tiempo.
Entonces Roberto se fue sin hacer ruido y nos dejó solos. Gary y yo nos miramos y luego contemplamos la imponente biblioteca en donde estábamos. No era tan grande como la del primer piso, que ocupaba el equivalente a tres habitaciones grandes y cuyas estanterías llegaban hasta el techo. Según los datos de Roberto habían más de dos millones de libros en esa biblioteca del primer piso. Es un número muy grande pero no dudo ni un segundo de que sea cierto, no después de haberla visto.
La biblioteca del segundo piso, en donde estábamos Gary y yo, era solo para los libros especiales. “Especiales” había recalcado Roberto. Significara eso lo que significara. Roberto nos había entregado unos guantes especiales, unos gorros, unas linternas pequeñas pero muy potentes y nos había explicado lo que teníamos que hacer. Debíamos encontrar una información muy valiosa e importante que solo se hallaba escondida en uno o en varios libros muy especiales que este sujeto en particular poseía. Dicha información no era posible hallarla en ningún otro lado.
-¿De qué información exactamente estamos hablando? –le pregunté a Roberto.
-No es importante que sepan eso y tampoco es de su incumbencia –dijo.
Luego añadió que lo único que debíamos hacer era buscar ese libro o libros, guardarlos en un morral que nos había entregado y salir de la mansión a oscuras antes de que llegara su dueño.
-Deben encontrar y traer cualquier libro que en su titulo contenga una (o ambas, lo cual sería un milagro) de estas dos palabras: Plaga Humana –dijo Roberto.
Como el dueño de la mansión y de todos esos libros también hablaba y leía literatura en otros idiomas, Roberto nos había dado una hoja en donde estaban esas mismas dos palabras, Plaga Humana, escritas en otros idiomas. Human Plague, en inglés. Y en francés, y en alemán, etc.
La biblioteca de libros especiales solo ocupaba una habitación y tendría, no sé, tal vez menos de cinco mil libros. Podrían ser unos tres mil o cuatro mil. El único problema era el tiempo limitado que teníamos, más el hecho de que solo éramos dos personas. Ni Gary ni yo íbamos armados pero Roberto sí y también el conductor que nos esperaba tres cuadras después de la mansión en un auto con placas falsas.
-Voy a empezar por la derecha –dijo Gary –. Tú ve por la izquierda.
Encendí mi linterna y empecé a revisar los libros.

-Si llegan a encontrar algún libro que esté en un idioma extraño que ustedes no conozcan y que no se parezca en nada a ninguno de los que tienen anotados en la hoja que les di, o un libro que no tenga titulo ni nombre del autor por ninguna parte…, guárdenlo enseguida y me llaman, ¿entendido?
Yo solo había encontrado dos cosas que podían servir y ya las había guardado en mi morral. The Dark Plague de Timothy Connolly y Least Human de Steve Crowley. Gary había guardado también uno o dos libros en su mochila.
Para poder realizar nuestro trabajo de forma rápida y eficiente (Roberto nos había pagado el doble por adelantado) Gary y yo habíamos dejado de tratar de entender los motivos de nuestro jefe o la razón o naturaleza exacta de lo que estábamos haciendo. Como no podíamos cuestionar ni entender lo que hacíamos ni con qué fin lo estábamos haciendo, lo único que nos quedaba era hacerlo y ya. Sin preguntas. Qué iba a hacer Roberto con esos libros o a quién se los iba a mostrar o vender después no era nuestro problema.
Habíamos recorrido la mitad de la biblioteca cuando Gary me dijo que creía que había encontrado lo que buscábamos. Se acercó a donde yo estaba y me mostró un libro que no tenia titulo ni nombre del escritor por ninguna parte. Lo abrí. Estaba lleno de caracteres extraños y símbolos que me hicieron doler la cabeza de solo mirarlos. Se lo devolví a Gary y le dije que lo guardara. Saqué el celular e iba a llamar a Roberto cuando escuchamos con claridad su voz abajo. Hola, dijo. Luego, silencio. Gary y yo nos miramos y esperamos. Se suponía que no debíamos hablar en voz alta. Transcurrieron treinta segundos más y entonces escuchamos una ráfaga rápida y apagada de tres disparos hechos con un arma con silenciador.
-¡Mierda! –dijo Gary y se tiró al suelo.
Yo cogí mi morral y le dije a Gary que teníamos que irnos.
Avanzamos por el pasillo a oscuras y llegamos hasta las escaleras. Me asomé con cautela y vi un cuerpo abajo en un charco de sangre. Podía o no ser Roberto. Pensé que lo mejor era saltar por una ventana lateral y huir. Tratar de llegar hasta el vehículo que nos esperaba. Nos giramos para avanzar en otra dirección cuando vimos, en el umbral de la biblioteca que acabábamos de dejar, la silueta alta e imponente de un hombre. Su cabeza casi tocaba el marco de la puerta. La piel del hombre era tan blanca que relucía en la oscuridad. En ese instante recordé una de las advertencias de Roberto a la que no le habíamos prestado mucha atención por considerarla excesiva.
-Si llegan a ver a alguna persona dentro de la mansión por cualquier motivo, así esté dormida en una cama o andando por el pasillo sin prestarle atención a ustedes, cubran sus rostros y escapen inmediatamente. Si alguien de dentro contempla sus rostros, así sea por un segundo, ya no tendrán salvación posible.
Gary y yo nos miramos y tragamos saliva.
La figura de la biblioteca comenzó a levitar hacia nosotros.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Título clave -Autora, Mica-

Una señal.

Otro aburrido día de escuela, aunque no creo que así se le pueda llamar a este lugar. Me encontraba caminando hacia la lúgubre mansión por el sendero hecho barro que llevaba hacia ella. Los fantasmales cuervos negros, parecían observarme desde los árboles, pero yo ya estaba acostumbrada a su mirada.
En fin, cuando llegué a la gran entrada del lugar, me detuve a saludar a la portera, y retomé mi camino hacia el salón.
Ya estaba llegando, cuando vi a mi amiga, Emilia. Parecía un zombie. Iba a acercarme para gastarle una broma sobre su aspecto, pero al hacerlo, noté que tenía una cara de espanto que podría perturbar a cualquiera, tenía la vista puesta en un punto ciego, y lloraba repitiéndose ‘vendrá por mí’ una y otra vez. De repente se derrumbó y calló sentada al piso, se puso en posición fetal mientras lloraba más fuerte y se repetía esa frase una y otra vez. Pronuncié su nombre para hacer que me prestara atención, pero no reaccionaba. Me asusté y salí corriendo hacia mi salón para avisarle al profesor.
Una vez que llegué y le grité lo que había visto, nos dirigimos al lugar en donde estaba Emilia. Pero al llegar, me llevé una sorpresa al descubrir que ella ya no estaba ahí. Me pusieron un castigo por ‘hacer una broma’ de tan mal gusto, pero no me importó, no me podía sacar esa imagen terrorífica y esa frase de la cabeza.
Cuando el profesor tomó lista, no pude evitar estremecerme al oír que Emilia estaba ausente. ¿Es que me estaba volviendo loca? Yo la había visto en el pasillo, quizás se había retirado antes.
Mis compañeras estaban preocupadas por otras cosas, entre las cuales se encontraba la fiesta que harían por la tarde. Intenté involucrarme en la conversación y convencerme de que lo que había visto y oído era un producto de mi imaginación, pero parecía tan real...
Tocó el timbre del recreo y fui hacia el baño de chicas, entré con la cabeza puesta en mi bolso, buscando mi celular para enviarle un mensaje a Emilia. Estaba en eso, cuando decidí echarle un vistazo al gran espejo que había frente a mí, y así ver si el miedo que tenía se veía reflejado en mi cara. Pésima decisión. El lavamanos estaba lleno de sangre y en el espejo se dibujaba la frase ‘La que sigue eres tú’ y una flecha dirigida hacia el costado del baño. Seguí la flecha y chillé con tanta fuerza que me dolió la garganta. Mi amiga estaba ahí, sí, tirada sobre un charco de sangre, con los cabellos enredados y la mirada perdida. Por alguna razón, corrí hacia ella y me senté a su lado, gritando su nombre, tomando su lastimada mano y apretándola con fuerza. Ya no podía ver bien por las lágrimas saliendo de mis ojos, tenía un nudo en el estómago y me dolía el pecho. Y así estaba, sin saber que era lo que debía hacer, cuando de pronto me percaté de algo en su brazo, quité las lágrimas de mis ojos y volví a gritar. Unos cortes se esparcían por toda la longitud de su brazo derecho, con trazos firmes y feroces. Intenté aclarar mi mente, y me levanté del piso. Mis piernas temblaban, y se me hizo muy difícil mantenerme en pie. Comencé a sentirme mareada, vi borroso, y segundo después, todo se tornó negro.
Desperté en la enfermería de la escuela, sobre una camilla. La enfermera que me atendía, me dijo que me habían encontrado desmayada en el baño, y de repente recordé lo que había pasado, la sangre, mis gritos, el cuerpo inerte de Emilia. Me incorporé bruscamente y perdí el equilibrio, no llegué a caerme, pero la enfermera me dijo que tuviera cuidado, me había golpeado la cabeza al caer. Le pregunté si yo estaba sola cuando me encontraron, y me contestó afirmativamente. Salí de ahí y comencé a correr hacia el baño. Estaba ya llegando, pero alguien me detuvo. Era una de las profesoras, le conté que me había desmayado, omitiendo la causa, y cuando hube terminado de contarle mi historia, me dijo que vuelva al salón. Me dirigí a este pensando que todo había sido un sueño, o mejor dicho, convenciéndome de eso. Cuando por fin ingresé, el profesor preguntó por mi accidente, y al llegar a la conclusión de que todo estaba bien, me envió a sentarme. Casi suspiré de alivio al ver a Emilia sentada allí junto al banco hacia el cual me dirigía, todo había sido un sueño. El profesor siguió copiando ejercicios en el pizarrón, y todos aprovecharon a comenzar a hablar, yo también quería hablar con mi amiga, y asegurarme por completo de que nada de lo que había visto había sido real. Mientras charlaba con ella, noté algunas lastimaduras en su brazo derecho, pero no le di importancia. Luego de un rato, todos comenzaron a hacer los ejercicios, ya que el profesor había terminado de copiarlos y se había dedicado a observarnos con fijeza. Me miraba algo confundido cuando le preguntaba algo a Emilia, como si yo estuviera loca...
También pasé el recreo con ella, todos me miraban muy extraño mientras conversábamos. Estábamos caminando por el pasillo, cuando vimos que mis papás estaban en la oficina del director, él les estaba diciendo algo con la preocupación marcada en el rostro. Mi mamá me miró con tristeza, y mi papá la abrazó en forma de consuelo. Le pregunté a Emilia si ella sabía algo, y mi mamá comenzó a llorar. Los tres salieron de la oficina y después todo pasó muy rápido.
Dos hombres vestidos con monótonos uniformes blancos me llevaron hacia una camioneta igual de blanca, y me colocaron una extraña camisa blanca que no me permitía estirar los brazos, manteniéndolos en una incomodísima posición. Mis papás estaban llorando, y yo no entendía nada. Los dos hombres me metieron a la camioneta y me acostaron sobre una camilla. El vehículo se puso en marcha, y yo veía como me alejaba de ese extraño lugar al que llamaba escuela: el bosque que se esparcía alrededor de la elevada mansión, el deshecho camino que guiaba hacia ella, los cuervos negros que seguían observándome macabramente; mis papás, el director, mis amigas, todos allí parados llorando desconsoladamente. Yo sigo sin entender nada, pero Emilia encontró la manera de entrar conmigo a la camioneta y me dijo que todo va a estar bien, y que ella siempre va a estar conmigo...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, Rubenson-

Las verdades que a veces callo

Los que me conocen me llaman Bob, y vivo en la tierra. Un lugar peligroso, difícil, en el que la única preocupación es vivir, bueno, sobrevivir un día más como se pueda. Esto ha hecho que se haya vuelto un poco menos humana de lo que llegó a ser y de lo que me gustaría que fuese. No viví en la época de la que los más ancianos hablan de oídas, pero pienso que tenía que ser hermoso y agradable el que, sino en todos los casos, la tónica general fuese la de ayudar y respetar al prójimo, preocuparse por el vecino, por cómo le va por si se le puede ayudar en algo y no por si se le puede robar, o por como matarlo si no se deja.
Si, este es mi hogar, la tierra, toda ella, no especifico más porque es así en todas partes y da lo mismo el lugar donde esté, la gran mayoría malvive asustada, y la ley del más fuerte o la del más listo impera en todas partes sin excepción. Quien puede machaca, quien no roba, engaña o muere miserablemente.
En esta tierra como podréis imaginar la moralidad está mal vista, bueno, más bien es difícil de ver. Quien la tiene la esconde hasta que consigue deshacerse de ella, ya que antes o después termina oliendo a cadáver. Nadie se fía de nadie, ni se arriesga a ayudar si no puede sacar nada a cambio, algo que merezca la pena por supuesto, y eso todos lo saben, así que llegamos otra vez a lo de que nadie se fía de nadie. Pero por suerte para mí, parece ser que existe algo que llaman necesidad y desesperación.
No soy ni el más fuerte ni el más listo pero soy paciente, y solo tengo que sentarme a esperar a que los peces vengan.

La puerta blindada se abrió lenta y pesada, empujada por un pequeño pez.
-Buenos días- aun me cuesta decirlo con la gran sonrisa que me exigen.- ¿En qué puedo ayudarle?
La pobre dio los buenos días también con una sonrisa, pero apenas podía disimular los ojos de cordero. Sabía dónde se metía. -Buscaba solicitar un crédito, y me gustaría consultar las condiciones que ofrecen.

El banco donde trabajo es solo uno de los peces grandes, que se alimentan de forma desmedida y sin control de todos los que se atreven a adentrarse en sus fauces, atraídos por los anuncios en internet, televisión, radio… y empujados por la necesidad.

-Enseguida. Si hace el favor de seguirme…- le hice una semi reverencia acompañada de un ligero gesto con el brazo. Me siguió por la sucursal, fastuosamente decorada, hasta un pequeño despacho con un gran ventanal que tiene vistas al hall de la entrada. Y allí, le ofrecí amablemente una de las tres sillas que rodeaban la mesa que se hallaba en el centro, para que no se diga que escatimamos en gastos ni en gestos.- ¿Y en qué cantidad estaba usted pensando?

Mi función es la de cerrar un trato beneficioso para “ambos”. Y la mayoría de las veces ni siquiera he de mentir.

-200.000€
-Bueno, es una cantidad elevada. ¿Tiene usted una nómina?
-No, yo pensaba…- se interrumpió al sacar unos papeles del bolso.
-¿El piso como aval?-directa a las brasas, pensé yo.
-¿Habrá algún problema?

Pero, a veces, recordando la tierra de la que los más ancianos hablan de oídas, no puedo evitar pensar en las verdades que a veces callo, en mis decisiones y en sus consecuencias. Y es en esos momentos cuando sucede una de esas cosas que te hacen sentir bien, que te reconcilian contigo mismo y con el mundo que te rodea, haciéndote posible sobrevivir un día más en esta tierra.

-¿La verdad? Sí, sí habrá problemas.

Título clave -Autora Aqua-

Roto

Era un concierto más. Aunque este tenía algo de particular, y es que ella, la pianista, había decidido el emplazamiento, y era en pleno campo. Rodeados de flores multicolores, con los más variopintos olores. El piano estaba a unos metros del público, era negro y bastante grande. Ella, Verónica, tenía una cascada de rizos caoba cayéndole por los hombros, y una pequeña trenza que le recogía casi la mitad del pelo. El vestido era de color crema, tenía un pequeño escote, se fruncía con una cinta azul cielo en la cintura, y le llegaba hasta las rodillas, con pequeños jirones de tela, translúcidos, adornando la parte de abajo. Llevaba unos zapatos de tacón del mismo color que la cinta que llevaba en la cintura. No iba maquillada, ni llevaba joyas, pero era hermosa sin necesidad de todo eso. El concierto estaba resultando perfecto. Verónica estaba haciendo la mejor actuación de su vida, probablemente. Cuando terminó la canción, se levantó e hizo una reverencia, sonriendo. Porque ella siempre sabía el efecto que causaba en la gente. Todos fueron a tomar un tentempié antes de que comenzara la siguiente canción. Ella fue a la cocina que habían instalado para el evento y se puso un sándwich vegetal y un vaso de agua. Todo iba bien hasta que un criado entró y a Verónica se le cayó el vaso al suelo, por el susto que le había pegado. Ella se quedó mirando el destrozo que había causado. El vaso estaba roto, hecho añicos, desperdigado por las baldosas, y entre los zapatos de Verónica. No dijo nada, ni siquiera se agachó para quitarse los trozos de encima. Se quedó en estado de shock, simplemente mirándolo. Después de unos minutos de confusión, el criado se acercó a ella y le dijo que él lo limpiaría, que saliera de la cocina.
Ella le miró, atontada, y cogió un trozo del suelo. Pensó. Miró la puerta trasera, que estaba entreabierta, dejando ver un pedazo de hierba y de cielo, de inmensidad, y fue en ese momento, cuando se dio cuenta de que nada le impedía escapar. De que ya nada importaba, de que nada le ataba ni a ese sitio, ni a nadie. Ya volvería después, si lo necesitaba. < ¿Por qué no? Me voy. Me voy ya y dejo todo esto atrás.>
Verónica pasó por encima de los cristales haciéndolos crujir a su paso. Cuando estuvo fuera, inspiró fuerte, se quitó los tacones y los tiró, haciéndoles caso omiso. Salió corriendo, mientras reía. Se arrancó los jirones de tela que sobresalían del vestido. Arrancó una manzana. Y sonrió de nuevo. Era feliz. Y eso era lo único que le importaba. Así que miró un segundo lo que dejaba, y decidió seguir su camino, su camino hacia la libertad. Y es que es increíble, como una acción tan simple, como romper un vaso, puede hacernos reflexionar sobre toda nuestra vida.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Las palabras prohibidas -Autor, Morgan J-

LA CITA MÉDICA

-¿Se encuentra bien, Señor Morgan? Trate de relajarse. Recuerde que nada de esto va a dolerle –dijo el dentista.
Abrí los ojos y trate de asentir. Estaba sudando como un cerdo, sentía que el sudor resbalaba por los apoyabrazos de la silla y caía al suelo. Los aferraba con tanta fuerza que ya no sentía mis dedos.
-Abra la boca, por favor.
El doctor cogió algo de una bandeja metálica donde estaban desplegados varios instrumentos de acero inoxidable. Los testículos se me encogieron y mi estómago empezó a ponerse duro como una piedra.
-¿Señor Morgan? Abra la boca, por favor.
¡Dios mío! El doctor no entendía que cuando sintiera ese instrumento dentro de mi boca iba a gritar o a darle un puñetazo en la cara. No entendía lo mucho que me estaba esforzando para no herirlo. Él no sabía nada sobre mi pasado, no sabia nada de mi padre, no sabia nada de las torturas que yo había sufrido. Hasta su voz me sonaba parecida a la de papá.
-Señor Morgan, por favor, necesito que abra su boca. Si no colabora voy a tener que pedirle a uno de los policías que están afuera que entre y me ayude. ¿Quiere eso?
Los policías. Ya me había olvidado de ellos. Los policías que me habían escoltado desde la prisión y que esperaban afuera para darme privacidad.
-¿Señor Morgan? –la voz era igual a la de mi padre.
Respiré hondo y abrí la boca.
El doctor cogió algo parecido a una pinza, se inclinó hacia mí, la introdujo en mi boca y, en ese instante, vi a mi padre encima mío con su viejo revólver entrando a mi boca.
-Sonríe hijo –dijo– ¿Te gustaría conocer el infierno? Yo puedo mostrártelo.
Grité con todas mis fuerzas y de un puño le rompí la nariz al dentista. Cayó sobre la bandeja de instrumentos causando un gran estrépito. Me levanté, recogí la pinza (el revólver) y empecé a enterrarla con fuerza en el cuello del doctor. Escuché actividad y alboroto al otro lado de la puerta. Agarré al doctor de la camisa y lo levanté del suelo. En el momento en que los policías abrían la puerta de una patada y desenfundaban sus armas, yo lanzaba el cuerpo del doctor (de mi padre) por la ventana y luego me lanzaba detrás de él.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Los dos mundos -Autor, Rubenson-

La búsqueda

Cansado de remover cielo y tierra se dio cuenta de que se había quedado sin ideas y se preguntaba qué demonios hacía de nuevo allí, en aquel caserón en ruinas donde solo encontraría dolorosos recuerdos y nada más. Los gritos de María y Emma en el piso de abajo, la explosión y el fuego por todas partes no dejaban de darle vueltas en la cabeza. Pero era la pregunta que le había hecho su mujer, cuando se la encontró quemada y agonizante en el jardín la que le mantenía despierto desde entonces. ¿Dónde está Emma? Intentó mantener la compostura mientras se acercaba a la ventana, necesitaba aire fresco, y al apartar los jirones que quedaban del viejo cortinón se sorprendió al poder contemplar, tras los pedazos de cristal que quedaban aun en su sitio, todo el valle a sus pies, iluminado por una luna blanca y brillante que dejaba ver con claridad las casas, las granjas, las montañas a lo lejos, todo casi como si fuera de día. Y pensó que si se podía ver tan luminosa la noche más tenebrosa del año es que todo era posible, y sintió menos dolor en aquella habitación repleta de las sombras, difusas y danzantes que proyectaban las pequeñas velas que la iluminaban.
Los participantes de aquello que Juan pensaba que era una locura hacía rato que habían llegado. Discutían y se movían de acá para allá, intentando encontrar su sitio en la formación en base a no sé qué extrañas reglas jerárquicas mientras se esforzaban, en vano, por no hacer ruido en aquel entarimado tan requemado. Cuando todos estuvieron dispuestos, uno de ellos dijo “Tenemos que comenzar ya, la hora está próxima y hay que preparar el círculo” así que dejando que se colocase por si solo el cortinón, Juan tomó el último asiento libre. El guía le pidió que pusiese sobre la mesa el reclamo, y Juan, de forma torpe, sacó del bolsillo de su camisa una alianza, la colocó en el centro del tablero que se encontraba sobre la mesa y cerró el círculo agarrando, sudoroso, las manos de sus dos acompañantes más próximos. “Ahora, con voz firme y clara di el motivo de nuestra reunión, y después únete al resto” le guiaron entre susurros.
-Quiero hablar con mi mujer, María. Bueno ex mujer, ella está…
“Tranquilo Juan, es suficiente” le interrumpieron “Ahora únete al resto de tus compañeros y déjate llevar”. Y así lo hizo, sin soltarse de las manos y cerrando los ojos agachó la cabeza como los de más, dispuesta a ello.
Pero no le dio tiempo, porque antes de que pudiera dejar de pensar en que no tenía que pensar en nada y de poder abandonarse como el resto, notó un frío repentino segundos antes de percibir el débil pero siniestro sonido de algo que se arrastraba en la mesa. Abrió los ojos y vio el anillo, quieto ya, sobre el “hola” escrito en la tabla. Automáticamente miró a los componentes del círculo, que seguían agarrados unos a otros en concentración aparente, y preguntó exaltado – ¡¿Quién ha sido?!- Pero nadie respondió, al menos nadie que él pudiera ver, porque aun con la tenue iluminación de las velas, ahora algo más tenue, fue suficiente para observar con claridad cómo se movía la alianza por todo el tablero, ella solita, de forma lenta pero aparentemente firme, para ir marcando sutil mente cinco letras.
-María- susurró muy lentamente Juan, que no pudo ver el truco y “temía” que todo aquello fuese real.
Echó otra mirada con cara de incredulidad a su alrededor buscando una respuesta, pero todo seguía igual, salvo que ahora todos movían la cabeza al unísono como si estuviesen en trance. El anillo volvió a moverse, y juan se centró de nuevo en él, sus movimientos erráticos daban la impresión de que le costaba avanzar cada vez más, y se podía apreciar como disminuía el brillo de las velas de letra en letra, dejando lentamente hasta dejar la habitación en penumbras.
-¿Entonces está contigo?- balbuceó llorando, Juan -¿no sufrió?
Pero el anillo nunca más se movió.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Los dos mundos -Autor MorganJ-

EL RETORNO

Vertieron la sangre del bebé en el suelo, encima de la tumba y luego sobre la lápida, resaltando el nombre de su desaparecido y poderoso líder.
Ambos habían recibido instrucciones precisas de lo que debían hacer en caso de que sucediera lo peor. Instrucciones que deberían seguirse al pie de la letra. ¿Y qué era lo peor? Pues que su líder muriera antes de tiempo, por supuesto. Lo cual había ocurrido el pasado 31 de Octubre, cuando la policía había irrumpido en el granero abandonado donde estaban realizando uno de sus rituales. De los seis miembros de la secta, dos habían muerto esa noche y otros dos habían sido arrestados y se encontraban en ese momento en prisiones de máxima seguridad esperando la pena de muerte. Max y George, hermanos, eran los únicos que habían logrado escapar. Max había alcanzado a abatir a uno de los detectives y a un uniformado de un tiro en la cabeza antes de que su hermano lo agarrara del brazo y tirara de él hacia los bosques oscuros que se extendían detrás del granero. Creía que había alcanzado a herir a otro en el pecho pero no estaba seguro.
Y ahora, un año después, seguían las instrucciones exactas que su líder le había entregado a cada miembro de la secta para que lo trajeran de vuelta en caso de que sucediera lo que había sucedido la noche de Halloween pasada en el granero.
-Deberán traerme de nuevo –había dicho –. Deberán hacer que retorne para continuar nuestro trabajo.
Max acabó de esparcir la sangre sobre el nombre del líder, se quitó los guantes de látex, los puso dentro del recipiente y luego lo guardó todo en una bolsa. George sacó las túnicas blancas de su mochila y se las pasó a Max. Habían asesinado a los tres guardias que vigilaban el cementerio una hora antes así que no tenían que preocuparse de que alguien viniera a interrumpir lo que estaban haciendo.
Se desnudaron y se pusieron las túnicas.
-¿Por qué blancas? –había preguntado Max al líder.
- Para atraer mi espíritu oscuro –había respondido el líder.
Max cogió otro recipiente, más pequeño, le quitó la tapa y procedió a dibujar un símbolo sobre la frente de George. Cuando Max terminó, le entregó el recipiente a George y luego éste hizo lo mismo.
Colocaron el recipiente en el suelo y se acomodaron, uno frente al otro, a los lados de la tumba.
Recitaron las palabras que su líder les había enseñado.
Max miró su reloj. 11:58 PM, decía.
- Ya casi –dijo.
El pasto sobre la tumba relucía a la luz de la luna.
George se quitó un amuleto que colgaba de su cuello y lo puso encima de la lápida.
Extendieron los brazos a los lados, levantaron el rostro hacia la luna y volvieron a recitar lo que su líder les había enseñado.
Un viento frio agitaba sus túnicas blancas.
-Te amo hermano- dijo Max.
Ambos sabían que el espíritu del líder, una vez que entrara en el cuerpo que hubiera escogido (imposible saber cuál) acabaría con la vida de esa persona. Pero ambos estaban preparados para morir desde mucho antes que la policía irrumpiera en el granero y asesinara a su líder. Ambos sabían que la muerte no era el final del camino.
- Yo también te amo hermano –dijo George.
Cerraron los ojos y recitaron un último fragmento.
El viento era más frio ahora.
El suelo tembló ligeramente bajo sus pies.
En algún sitio, no muy lejos de allí, unas campanas repicaron.
Las ramas de los árboles producían un sonido parecido a una voz.
El suelo tembló de nuevo.
Abrieron los ojos y contemplaron el frio resplandor de la luna.
-¿Hermano? –dijo George.
Max levitaba a varios centímetros por encima del suelo. Una sonrisa demencial y horrible deformaba su rostro.
-¿Hermano? –dijo George.
Cuando Max se giró a mirarlo, George vio que sus ojos ya no eran sus ojos.
- Hola, George –dijo una voz que no era la de Max.

Los dos mundos -Autora, Einyel-

Érase una vez, no hace tanto tiempo, una España en la que el día 31 de octubre, víspera de Todos los Santos, tras la obligatoria visita al camposanto para fregar las lápidas y dejar los centros de flores colocados, la gente se encerraba en casa, los bares echaban el cierre a la caída del sol y desde el torreón de la iglesia las campanas sonaban durante toda la noche con su fúnebre tañido a muerto.
En esa España, se desarrolla nuestra historia. Bueno, en realidad no es nuestra historia, sino la de Vicente, el hijo del albañil, que se encuentra en su bicicleta recorriendo los siete kilómetros que separan su pueblo del de su novia, Elita. Ella ha caído enferma como consecuencia de las primeras lluvias del otoño, y él, siempre galante, ha ido a ver a la muchacha con la que se habla, como se refieren en estos pueblos a esta clase de relaciones. La señora Valentina, la madre de la chica, le ha entretenido de más con las delicias de la panadería y a Vicente sin darse cuenta le ha caído la noche encima.
Así que ahí está él, con su bicicleta, con sus dieciocho años y con un miedo encima que hace que le castañeteen los dientes. ¡Ha oído tantas leyendas sobre esa noche! No debería haberse entretenido tanto, todo el mundo se lo había advertido. Su madre “ que no se te haga de noche al volver, que hoy es mal día para andar por el camino”, su abuela “ hijo, quédate en casa, que los difuntos andan cerca y no todos tienen buenas intenciones”. Pedalea como alma que lleva el diablo, acompañado sólo por el tañer de las campanas y el rechinar de las piedras que rebotan a su paso estrellándose contra el oscuro sendero, iluminado tan sólo por la tenue luz de su dínamo. Los campos tan amigables de día, son ahora sólo inmensas sombras, y los árboles le parecen cernirse amenazadores sobre él.
Se intenta entretener pensando en las típicas puches que tomará esa noche, una papilla dulce y espesa, que untará después, a espaldas de su madre, en la cerradura del vecino como es costumbre en el pueblo. Se ríe sólo de imaginar cómo se las va a apañar mañana para meter la llave, el muy cabrito…
PLAFF, PLAFF, PLAFF. Unos sonoros golpes interrumpen sus maquiavélicos planes de sabotaje. Detiene su bicicleta, pero el ruido ha cesado y sólo se extiende ante él la negrura del horizonte.
BOOM. Apenas ha avanzado unos metros pero ahora sí, el ruido es más fuerte y cercano.
Esta vez ni siquiera se plantea pararse, la finca de la señora condesa no está lejos, quizás le dejen entrar, aunque sólo sea para quitarse un poco el miedo del cuerpo. Sin embargo, de repente, de la nada, emerge en mitad del camino una figura humana, inmóvil, completamente vestida de negro y con un enorme sombrero de ala ancha cubriéndole casi la totalidad del rostro. En su mano derecha sostiene una larga vara de madera, rústica, casi sin tallar, pero terminada en una afilada punta.
El muchacho frena bruscamente a escasos metros de aquel ser, que permanece impasible mirando al suelo. Un tímido hola sale de la boca de Vicente, pero choca contra el dedo acusador del hombre del camino, que sin levantar la mirada, le espeta un sonoro “¡TÚ!”
- ¡TÚ! ¿Acaso no sabes qué noche es hoy? ¿Acaso no te han advertido de los que les pasa a los que andan por los caminos en fechas como la de hoy? Esta noche sólo a los muertos y a los condenados se les permite vagar por estos parajes pero TÚ te has atrevido a molestarlos.
Vicente, lívido de terror, le mira fijamente mientras intenta escudriñar los rasgos de su rostro sin conseguirlo. El hombre mantiene la cabeza gacha, sus dedos son finos y alargados, y sus manos parecen refulgir a la luz de la luna.
- ¿No me irá usted a decir..? - atina, por fin a decir el chico con un leve murmullo- Quiero decir,… que es usted…que está usted…
Pero el miedo le paraliza la garganta, mientras la enorme figura se le acerca silenciosa hasta situarse a escasos centímetros de su cara. Puede sentir su apestoso hálito y un escalofrío le recorre el cuerpo.
- Sólo los muertos y los condenados – reitera el desconocido. Un extraño brillo se refleja en sus ojos cuando levanta la mirada- ¿Acaso necesitas alguna aclaración?
En ese instante dos sombras negras se abalanzan sobre Vicente, un revuelo de faldas negras y uñas afiladas que le tiran de la bicicleta. Agazapado en el suelo como está, sólo atina a oír unas maléficas risas femeninas seguidas de unos agudos chillidos en una jerga extraña, mientras siente un irrefrenable deseo de llorar.
Finalmente cesan los ruidos. Abre los ojos, temeroso, mientras se incorpora lentamente. Las sombras no están, se han esfumado, pero el desconocido sigue frente a él.
- Espero que hayas aprendido la lección. Recuerda, nunca cuentes nada de lo que ha pasado esta noche o quizás volvamos a por ti…de forma definitiva- le dice el hombre mientras pasa por su lado, rozándole el hombro casi con suavidad, para seguir por el camino hasta perderse en la oscuridad.
Cuando Vicente por fin adivina las primeras luces del pueblo no sabe como ha sido capaz de llegar hasta allí, tampoco se entera de la bronca que le echa su madre por llegar tarde. Sólo sabe que pasará la noche con los ojos fijos en el techo y tiritando de miedo, hasta que las primeras luces del día consigan apaciguarle.
La mañana siguiente le recibe con los gritos de su madre instándole a desayunar. Se sienta en la cocina, al calor de la lumbre, mientras ella rumia sus sinsabores del día a día. Él no la escucha, atento sólo a hundir el pan en el tazón y con él sus terrores nocturnos.
- Anda “bolo”, termínate ya la leche que “cabalito” te has ido a sentar donde más molestas- le dice ella mientras le barre los pies- Por cierto ¿sabes lo que he oído esta mañana en la panadería?
- No, madre- musita él.
- Pues que ayer robaron aceitunas en los campos de la señora condesa. ¡Tres arrobas y media que se llevaron los muy truhanes! Al parecer vieron a unos forasteros por la tarde rondando cerca del camino y sospechan que hayan sido ellos aprovechando la noche. ¡Madre del Amor Hermoso! ¡¿Dónde vamos a ir a parar?! Oye, ¿tú no verías nada cuando venías de en “ca” la Elita?
- No, madre, no ví nada- contesta cabizbajo Vicente, intuyendo que esa será la historia que año tras año, a pesar de los estragos de la edad en su memoria, contará a sus nietos para que nunca teman a los fantasmas que sólo están en sus cabezas.

jueves, 27 de septiembre de 2012

El mes del asco -Autor, Rubenson-

El duelo

En la soledad de una colina que separa dos pueblos, tras terminar un concierto en uno de estos, tres jóvenes han aprovechado la noche para esperar emboscados a un cuarto, que al parecer es muy escurridizo. Las maneras y el nerviosismo patente en estos no auguran buenas intenciones al igual que los nubarrones que comenzaban a cubrir el cielo, más o menos, cuando le intuyeron acercarse en la oscuridad.
Tras la sorpresa inicial no hay violencia, parecen ser conocidos, pero sí que se ha entablado una fuerte discusión. Quizás una confusión? No, el líder de los asaltantes, armado con un guante desenfundado, arrea en el rostro del emboscado diciendo “¡¡Exijo una satisfacción!!”antes de que intentase huir como era costumbre en él, al parecer.Pero ya era tarde, el reto se había consumado, y con dos testigos allí presentes se vio obligado a corresponder si no quería perder el poco honor que poseía.
Se apresuró a elegir modalidad “Elijo duelo a espada” dijo acercando su cara de forma desafiante a la de su adversario a la vez que un relámpago restallo inesperadamente. El efecto fue rotundo, y al retador, se le escurrió el guante de las manos. Raúl, al creer ver palidecer la cara de su adversario, cosa que no era fácil por la oscuridad que reinaba, supo que había dado en la diana con lo de las espaditas, y ensanchó su pecho orgulloso por haber sido tan rápido, ya que Pablo era un cero a la izquierda en el arte de la esgrima, como él,pero al menos la cosa estaría patéticamente igualada.
Con las formalidades cumplidas, rápidamente dieron la vuelta y regresaron al pueblo, se hicieron con un par de espadas en casa del herrero y se propusieron finiquitar aquel, ahora para los dos,traumático asunto cuanto antes en la plaza del pueblo.
El revuelo fue enorme, todo el mundo se enteró del evento en menos que canta un gallo y la plaza se abarrotó a pesar de las horas que eran.
Para cuando los dos jóvenes se pusieron en guardia, uno frente al otro,el gentío ya llevaba empapándose un buen rato, porque nadie quería perderse el primer duelo de la temporada.
El viento se levantaba y los rayos no dejaban de caer cuando Raúl y Pablo comenzaron a cruzar las espadas de forma enérgica y contundente torpe, pero lo que al principio prometía un espectáculo de sangre pronto decepcionó, pues por más atentos que observase ninguno de los jóvenes entraba a matar y todo se quedaba encruzar las espadas, vigorosamente eso sí, en el aire como en una mala película.Así, queno es de extrañar que de entre tanta gente abochornada y decepcionada, profundamente aburrida y con una gran sed de sangre surgiese el primer zombie, infectado o como lo queráis llamar. Yo solo sé que corría como un demonio intentando comerse todo lo que le entrase en la boca hasta que se cruzó con las espadas de Pablo y Raúl, que seguían a lo suyo.
El del pueblo era un buen herrero y las espadas eran excepcionales. Afiladas como las que más, cortaron de un solo movimiento al desgraciado en tres partes. Por un lado un pedazo que iba desde los pies hasta la mitad delabarriga, dejando ver una sección de la columna, músculos y tendones y el estómago,que a su vez nos mostraba entre otras muchas cosas una oreja y tres dedos recién engullidos que flotaban en gran cantidad de sangre. Por otro lado el resto del torso con sus brazos, más el cuello y la mandíbula, donde se podía ver la lengua colgar en un extremo y las tripas en el otro. Y luego el sobrante, el resto de la cabeza, que además de parpadear y mirar de un lado al otro con mala leche, al estar apoyada sobre una oreja, dejaba ver parte del cerebro, sobresaliente por cómo había sido seccionada. Pero claro, en todo esto nadie se fijó. El resto del pueblo estaba ocupado en escapar de un par de vecinos que se habían convertido, algunos por aburrimiento y otros por haber sido mordidos, enzombies, infectados o como los queráis llamar. Que se dedicaban a atacar a todo lo que pudiesen hincar el diente.

El mes del asco -Autor, MorganJ-

-Tenemos que descuartizarla. No hay otra opción.
Tragué saliva y creo que empalidecí. Sally se acercó y me agarró de la camisa.
-Tenemos que encontrar esa llave hoy. Esta noche. No hay otra opción.
Cerré los ojos. La pesadilla solo empeoraba a cada minuto. Yo solo quería que la tierra me tragara.
-Creo que en la cocina hay un cuchillo eléctrico y debe haber un machete en alguna parte.
Sally subió y me dejó solo en el sótano con el cadáver de Lucia. El plan había sido golpearla, torturarla hasta que nos dijera dónde estaba enterrado el baúl. Solo eso. No pensábamos matar a nadie y mucho menos descuartizarlo después. Pero Sally se había dejado provocar, su mal temperamento que siempre estaba a flor de piel no había soportado y tras una golpiza brutal le había roto el cuello a Lucia. La cara de ésta era un amasijo sangriento e inmundo. La parte superior de su blusa estaba toda teñida de rojo.
Sally abría y cerraba cajones en la cocina. La escuchaba con claridad.
Descuartizarla.
Dios. Me arrodillé y tomé aire.
Cerré los ojos y rogué que un rayo me fulminara por lo que había hecho, por lo que había ayudado a hacer.
Sally bajó corriendo. Abrí los ojos y la miré. Llevaba el cuchillo eléctrico, de esos con los que se cortan los pavos en Navidad en la mano. Era enorme.
-Listo –dijo –. Vamos a abrir a esta zorra.
Volví a tragar saliva.
Sally señaló un armario que había al fondo del sótano.
-Saca las cortinas viejas y pongámoslas debajo del cuerpo.
Puse cuatro cortinas en el suelo, una sobre otra, al lado del cuerpo y entre los dos lo levantamos luego y lo colocamos encima. Como Lucia se había tragado la llave (fue lo poco que alcanzó a confesar antes de que Sally le partiera el cuello), solo teníamos que cortarla por la mitad y después rebuscar entre su estómago.En teoría, claro. Sally se arrodilló al lado del cadáver y encendió el cuchillo eléctrico. Ambos nos habíamos envuelto con cortinas para no ensuciar la ropa. Idea mía. Sally le levantó la blusa a Lucia por encima de los senos, palpó con la mano izquierda el estómago y sin perder tiempo hundió el cuchillo por las costillas. Un rio de sangre comenzó a manar de las entrañas de Lucia y a mancharlo todo. Sally tenía que meter el cuchillo con fuerza y sostenerlo bien para que fuera cortando los huesos. A los pocos segundos ya tenía toda la cara manchada de rojo.
Aguanté todo lo que pude, dos minutos enteros y luego fui y vomité contra la pared.
Sally serraba y serraba y serraba. Y la sangre manaba y manaba y manaba.
La cortina que cubría a Sally y las del suelo estaban completamente rojas.
-¡Ayúdame, maldita sea! –dijo Sally – ¿Crees que esto es fácil?
Luego cogió algo que debían de ser los intestinos y empezó a cortarlos.
Lo que veía era algo tan irreal que me dije que era imposible que estuviera sucediendo de verdad.
Sally tiró unos pedazos de carne y otras cosas a un lado y volvió a gritarme.
-¡Muévete! ¡Deja de mirar como un imbécil y ayúdame! ¡Necesitamos encontrar esa maldita llave esta noche!
La llave. El baúl oculto, enterrado en alguna parte. Los libros prohibidos. Los libros llenos de secretos. Me acerqué a lo que quedaba del cuerpo de Lucia y me arrodillé frente a Sally. El hedor era espantoso. Sally me pasó el cuchillo.
-Acaba de cortarle la columna, está muy dura. Quiero revisarlo todo.
Cerré los ojos y deseé que la tierra me tragara, que un rayo me fulminara en ese instante. No podía decirle que no a Sally, nunca había podido y nunca podría. Como nada pasó, abrí los ojos y empecé a cortar.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El mes del asco -Autora, Einyel

Le resultaba delicioso ver como borboteaba la sangre cuando clavaba el cuchillo en el vientre aún caliente. Las vacaciones, esa época tan deseada para otros, eran para él un auténtico suplicio. La playa, los niños corriendo a su alrededor, los helados en puestos abarrotados y las fotos mil veces repetidas, le resultaban entretenimientos totalmente insulsos, sólo deseaba volver su rutina para poder hacer lo que más le gustaba.
Había concretado la cita esa misma mañana, y al verla supo que era sin duda una pieza extraordinaria, una hembra joven y rolliza, sus favoritas. A veces resultaba difícil conseguirlas, tenía que pasarse horas navegando por internet, buscando gente, estableciendo contactos, pero siempre merecía la pena. Era mucho mejor empezar con ellas vivas, no había punto de comparación ni en el proceso ni en el resultado.
La tumbó casi con delicadeza en el suelo. Ella, ajena a todo, no se resistió. Dio una vuelta a su alrededor, observándola, admirándola, disfrutando el momento de saber que tras meses de inactividad volvía al trabajo.
Con un movimiento rápido, le agarró la cabeza, la echó hacia atrás y con un tajo certero le rebanó el cuello. Después de tantos años aún no era capaz de soportar los gritos.
La sangre seguía cayendo en el cuenco metálico con el sonido rítmico y monótono de un reloj, cuando realizó el primer corte desde el cuello hasta al final del abdomen. Se quedó mirando las vísceras sanguinolentas que emergían del cuerpo, preguntándose como siempre, si él sería igual por dentro, si desprendería el mismo hedor si le abriesen en canal. Quizás alguien lo descubriese en el futuro.
Con un hacha pequeña rompió el esternón para poder trabajar con mayor comodidad. El corazón seguía palpitando levemente dentro del cuerpo inerte. Lo arrancó y lo depositó en una bandeja, mientras hurgaba para extraer el hígado y llegar al estómago, lleno aún de una papilla en la que podían verse restos de maíz a medio digerir.
Iba a empezar con el intestino, lo más complicado por la longitud y los excrementos acumulados, cuando observó que había algo inusual en ese cuerpo, algo a lo que aún no se había enfrentado nunca. Estaba embarazada, y de más de uno. Los fetos azulados y casi transparentes eran muy pequeños todavía, pero ya perfectamente reconocibles.
Sintió una leve punzada de remordimiento. Se preguntó si lo habría hecho de haberlo sabido y aunque no llegó a verbalizar la respuesta supo que sí, que no habría cambiado nada. Tiró los fetos a la basura y continuó sin pensar, mecánicamente, tranquilo y relajado mientras que las preocupaciones del día a día se iban disipando en un mar de sangre, huesos que se quebraban con un chasquido seco y carne troceada.
El sonido estridente del teléfono rompió la calma del lugar. Lo dejó sonar, pero la insistencia de la llamada hizo que finalmente se decidiese a cogerlo.
- ¿Diga?
- ¿Antonio, eres tú? Soy Encarna. ¿Qué tal todo? ¿Tu mujer, los niños?
- Bien, bien, doña Encarna, todos bien, ¿y usted?
- Hijo, aquí, tirando, como siempre, ya sabes con unos dolores en la cadera que no me dejan ni dormir. Pero oye, que yo te llamaba para ver si ya habíais abierto. Vienen mis nietos el fin de semana y quería preparar algo especial.
- Pues señora, hasta mañana no abrimos, pero estoy ahora mismo despiezando una cerda que me han traído del pueblo, que vamos, es espectacular. Si quiere, le guardo el secreto, y si lo cocina usted con vino y unas setitas, queda como una reina.
- Pues sí, sí, guárdamelo, a ver si les gusta. Ah, y me preparas también un kilo de filetes de aguja. Pero córtamelo finitos y que no estén duros, que los de la última vez no se podían ni masticar.
- No se preocupe usted, que yo se lo dejo todo preparado para cuando venga.
Suspiró y colgó el teléfono. Sin duda, atender a las clientas era lo más desagradable de aquel trabajo.

jueves, 26 de julio de 2012

Juntos, revueltos y de aniversario -Autor Liliana Savoia-

De cristales y trompetas

…" Y las trompetas destruyeron la ciudad amurallada de Jericó"…

“... Y Dios creó a los cristales a su imagen y semejanza...”.


El útero era una burbuja encrespada. Millones de trapecios jaspeados y refulgentes envolvían la figura del niño de cristal.
En círculos perfectos comenzó a rodar la ladera bajo los guiños de un sol violento. La tarde imponía usencias de voces y sonidos. Los pájaros parecían haber emigrado hacia otras latitudes.
La matriz acristalada continuaba en su caída llevando al niño hacia abajo. Parecía una gigantesca tortuga marina que hubiera escondido su cabeza para no golpearla en los tumbos, pero que, a veces, se detenía, cambiaba de dirección, y otra vez rodaba y rodaba hasta detenerse para tomar un nuevo destino.
La pompa de cristal parecía conocer bien la región: una hondonada pintada de blanco y de negro por los haces desnudos de luz y la impertinencia de las sombras montañosas. El desierto se encontraba lejos del pueblo principal. Solo una extraña figura humana quebró la rutina del paisaje.
El extraño no advirtió el gesto de sorpresa del niño al descubrirlo. Su diminuto corazón irisado vibró, junto a la carga que llevaba sobre su minúsculo hombro transparente. Inmovilizado por la sorpresa de la enfoque de la esfera rodando hacia él, solo atinó a sacudirse una y otra vez el polvo que acumulaba su ropa después del largo viaje a pie. Había recorrido cientos de kilómetros en busca de respuestas, sin buenos resultados. Echó a andar, cuesta arriba al encuentro del glóbulo iridiscente. Sabía que esa era la respuesta a los interrogantes que lo acosaban desde su niñez. Una fuerza de atracción imposible de evitar lo impulsaba a ir hacia la esfera y el niño. El esfuerzo era inmenso para él, inversamente proporcional al niño que se acercaba ahora a velocidad vertiginosa hacia él. Esfera y extraño eran una sola visión en el paisaje árido.
En un momento epifánico, se escuchó un sonido de trompeta. El eco trajo resonancias bíblicas. Hombre, niño y esfera se unieron desde un golpe seco. El encuentro de sus cuerpos por el impacto desarrolló frecuencias únicas y justas que quebraron en miles de fragmentos la delgada coraza de cristal y la delicada piel del extraño. Un amasijo de vidrios, sangre y huesos rodó el resto de la ladera cenicienta, levantando tormentas de polvo. Melodías de trompetas acompañaban el descenso. Solo algunas lagartijas fueron testigos de la llegada al ras de las arenas y terrones grisáceos.
Más allá, en la distancia y el tiempo, en cada estante, en cada biblioteca, un libro se fragmentaba en minúsculos átomos de silicatos y de plomo. Las astillas se redujeron a arenas de silicio que refractaban lucecitas microscópicas. Nada quedó de la obra del historiad que en ese mismo instante comprobaba la hipótesis que lo había agitado toda su vida.
Un alarido de parto se escuchó multiplicado por el eco. Nacía un nuevo ser, una nueva historia. Tal vez, el recién nacido no sería historiador, sin embargo era seguro que sufriría la condena de poseer un corazón de cristal.
Las trompetas seguían anunciando la llegada del recién nacido.

Juntos, revueltos y de aniversario -Autor Rubenson-

Presidente del gobierno – genio de la lámpara

El PLAN KAZAM

Jamás nadie había sacado brillo con tanto ahínco, pensó su secretaria mirando atónita desde la otra habitación, mientras su jefe pasaba una y otra vez por delante de la puerta entornada del despacho. Y eso que desde allí no podía apreciar las gotas de sudor que le nacían en la frente, bajaban por ambas sienes y salvándolelas mejillasse le acumulaban en el mentón para, por fin, caer sobre la antiquísima lámpara de aceite que sostenía en su regazo yque evitaban que sefundiese, esta, con tanto frote que te frote. Una visión muy desagradable que ella, no como nosotros, se ahorró de ver.
Ya al borde del colapso, recordando que no había tenido que hacer tanto esfuerzo la otra vez, como por efecto de una bomba la habitación se llenó de humo que salió de la lámpara, la puerta se cerró de un portazo y todo quedó a oscuras. Tras una pausa dramática una luz rompió la cortina de humo negro dando pie a que apareciera, de forma torpemente espectacular, una figura entre antropomorfa y deformetan gigantesquerrimaque no debería haber cabido en aquella habitación.
-¡¡Yo, EL GRAN KAZAM estoy aquí para concederte 3 deseos!!- se tapó la boca con la mano mientras decía -Pide y se te concederá- en medio de un gran bostezo.
-Hombre que tal- le saludó el hombre con la lámpara en una mano, con la otra rascándose la nuca y mostrando la mejor de sus sonrisas nerviosa.
EL GRAN KAZAM, ojeroso, hacía caras en un titánico esfuerzo por reprimir otro bostezo que al final le obligó a desperezarse y soltar un gran¡¡buaaaaaarrrrrgggg!! Mientras preguntaba -¿Pero tú otra vez?
-Bueno desde la última vez las cosas no han ido demasiado bien.
-Tengo algo de sueño ¿Cuántos siglos han pasados?- preguntó algo desorientado.
-¿¿Siglos??
Con la respuesta del hombrecillo empezó a sospechar -¿¿Décadas??
-Mmm… yo… esto… el paro y la prima de riesgos por las nubes… no sabía…
-¿¿Cuánto tiempo ha pasado desde tus tres últimos deseos??
-Hoy es nuestro aniversario y pensé que… un año… y ya de paso…
El genio encolerizó, tenía un mal despertar y menos cuando había dormido lo que para él no llegaba ni a los cinco minutos, su cuerpo se cubrió con llamas y los humos que les envolvían se retiraron a gran distancia, quedándose ellos en lo que parecía una habitación montada en medio de la nada. Y el tipose aflojó el nudo de la corbata y tragó con fuerza, corrió hacia donde antes estaba la puerta de salida y comenzó a palpar en el aire sin dejar en ningún momento de sonreír.
-Yo había pensado en algo especial. Tenía una sorpresa por…
EL GRAN KAZAM hizo un gesto y la puerta y el marco aparecieron. Así que pudo agarrar el pomo y con gran alivio abrir la puerta.Entonces cayó de bruces la secretaria que había pegado la oreja, se levantó rápidamente totalmente colorada, gritó unos segundos después al creer comprender lo que veían sus ojos y salió corriendo.
-Por aquí, sígame por favor- dijo acompañando sus palabras con un gesto.
Atravesaron varias salas y hasta llegar a un gran comedor. Con grandes telas que colgaban del lejano techo, un gran espejo de época, cuadros que representaban grandes momentos de la historia, flores y cien detalles más, todos ellos colocados por un gusto más que exquisito y refinado, que ademáslo iluminó todocon la única ayuda de la luz de las velas. Todo ello pensado y requetepensado con el único y exclusivo fin de seducir y embaucarincluso a los corazones más fríos.En el centro de todo este entramado una pequeña mesa redonda con su mantel y su bajilla de alto copete rematadacon un par de rosas, y cerca de ella, oculto en las sombrastan solo a un violinista, para no romper el halo de intimidad.
El genio al ver aquello apago sus ánimos y recorrieron la distancia que les separaba hasta la mesa justo.Antes de sentarse el hombre le dijo -Puedes pedirle el tema que quieras, es buenísimo.
A lo que EL GRAN KAZAM le contesto –Tú a mí también.
Justo entonces, tras el gran espejo varios de los ministros lloraban y se abrazaban, lo habían conseguido, habían salvado al país, otra vez.

Juntos, revueltos y de aniversario -Autor MorganJ-

CONEXIÓN

Hace un año que descubrimos la verdad.
Que descubrimos la forma como estábamos conectados, lo importante que éramos (incluso sin habernos visto) el uno para el otro.
Hace un año que nos dimos cuenta lo mucho que dependíamos el uno del otro.
Como lo que tú hacías me inspiraba para crear algo que a su vez te inspiraba a ti para continuar haciendo las cosas que me inspiraban a mí para poder crear. Éramos como un ecosistema cerrado que subsistía únicamente con sus propios recursos.
Y todo sin conocernos, sin habernos visto nunca cara a cara, sin saber siquiera dónde vivíamos o nuestros verdaderos nombres.
Veía tus videos pornográficos, tus películas, las escenas explicitas y crudas, antes de sentarme a escribir. Cada día, siempre uno distinto que escogía de la carpeta que llevaba tu nombre y que contenía cientos de videos. Tenia que verlos, tenia que verte haciendo esas cosas, de lo contrario no lograba concentrarme y no podía darle vida a lo que a ti tanto te inspiraba.
Y tú, cada noche en la tranquilidad de tu apartamento y siempre antes de entrar a escena, siempre, tu ritual personal, leer mis líneas, un fragmento de algún cuento o novela que estuvieras leyendo o releyendo (releyendo mejor) porque ya lo habías leído todo una y otra vez y nunca te cansabas, siempre encontrabas algo nuevo que te inspirara y te ayudara a salir y demostrarle a la cámara que tú eras (eres) la más sensual y espectacular de todas las actrices porno que han sido filmadas alguna vez.
Y sin saberlo, sin quererlo reconocer, negándolo inconscientemente, te buscaba, buscaba encontrarte en alguna parte, de algún modo.
Y tú hacías lo mismo.
Hasta que llegó el día, ese día especial en la parte más imprevista de todas, la zona de comidas de la feria internacional del libro. Tú, con gafas oscuras, tomando un cappuccino y conversando con tu agente. Cuando te dejó sola, me acerqué y me paré frente a ti. Y me reconociste y viste que yo sabía quién eras y que también te andaba buscando. Y antes de que pudiéramos hablar mucho tu agente volvió y dijo que ya era hora, que la gente estaba haciendo fila (todos hombres) esperándote, esperando que les firmaras una copia de tu autobiografía y de alguno de tus últimos films. Y me llevaste aparte, me dijiste que te buscara dentro de dos horas y luego me agarraste de las solapas de mi abrigo y me dijiste que no se me fuera a ocurrir irme sin haberte buscado antes. Y yo dije que nunca, que allí estaría.
Y esa noche, más tarde, la mejor noche de mi vida, la mejor de nuestras vidas, es algo que ni puedo intentar describir sobre papel porque me tiembla la mano, el brazo, el cuerpo entero.
Hace un año.
Hace un año que descubrimos nuestra conexión.

martes, 26 de junio de 2012

Juntos y revueltos -Autora Aqua-

El poder de la música.

El flautista de Hamelín sonrió despectivamente, aquellos hombres habían cometido un grave error, tomarle el pelo. Creyeron -osaron creer- que él limpiaría su ciudad de ratas pestilentes con ayuda de su música sin recibir nada a cambio, creyeron que podían echarle de aquel pequeño pueblo sin llevarse nada, sin el oro que le prometieron. Así que él decidió tomarse la justicia por su mano, por la noche, o al amanecer, ya nadie lo sabe, hizo lo mismo que el día anterior, comenzó a tocar su flauta, y una embriagadora melodía salió de ella, pero esta vez tenía otro objetivo, llevarse a los niños, porque eran lo que más apreciaban aquellos ruines seres. Él los escondió en una cueva, y cuando salió de ella, vio una chica de su edad sentada en una roca.
-¿Qué hace aquí señorita?
Ella se giró con rabia. Le miró directamente a los ojos.
-¿Y a ti qué te importa? Seguro que eres uno de esos idiotas, que aunque le guste mi rostro, y mi interior, no quieren besarme por mi cola, porque dicen que soy un pez. ¿Pues sabes qué? Ya estoy harta de asquerosos humanos, siempre con sus prejuicios.
El flautista frunció el ceño.
-Pero tú no eres un pez.
-No graciosillo, he sacrificado mi cola para conseguir piernas, para vengarme. Más te vale salir corriendo.
-A mí también me han engañado.- Él se acercó lentamente, la rabia de la sirena parecía ser inmensa, inabarcable. –Y… no soy humano.
Ella pareció ablandarse, le miró con interés y le dijo que le contara su historia. Después ella le relató la suya.
Le relató cómo se había enamorado y la habían repudiado por ser una sirena, por no poder andar, y así con muchas de sus compañeras.
Entonces él le dijo que sabía exactamente qué debía hacer.
-Mi música es mágica, ¿no cuentan lo mismo de tu voz?- dijo, saltándose ya el código de conducta de diálogo.
Ella asintió, sin saber por dónde iban los tiros.
-Entonces- dijo él con una media sonrisa en el rostro- seguro que puedes atraerles con una canción. ¿No es cierto?
Asintió de nuevo.
-Pero para eso haría falta un ejército de sirenas, y no todas ellas sacrificarían su cola por unas piernas.
-Ahí es donde entra en juego mi música…, con un instrumento más grande podríamos atraerles hacia el mar, y una vez allí, que tus amigas decidan lo que hacer con ellos.
-Oh… fantástico. Además sé dónde encontrar tu instrumento. Mi madre tiene una viola. ¿Eso servirá?
-Servirá, por supuesto.
Minutos después se encaminaban hacia el pueblo y, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, él comenzó a tocar y ella comenzó a cantar.
Por un momento el tiempo se paró. Los cielos se despejaron y el aire se llenó de aquella melodía, tan bella, tan llena de vida.
Aquella melodía lo podía todo.
Y los hombres se acercaron al mar, donde muchos, cayeron al fondo, otros obtuvieron una cola, para que vieran lo que era ser sirena, otros muchos fueron ahogados, y algunos pocos murieron a manos de las sirenas que habían rechazado.
Los dos, el flautista y la sirena, habían conseguido lo que querían, pero tenían el corazón vacío. Él ya no sabía por lo que cantaba, y ella ya no sabía a quién amar. Y, de repente, se miraron y se encontraron, vieron lo que realmente eran. Él comenzó la primera nota, y ella siguió cantando para él, y así desaparecieron en el horizonte, y dejaron un rastro de ira inconfundible, dejaron un rastro de ira y de música. Y le susurraron al viento que lo prometido es deuda, pero que por su amor les dejaban marchar, que ya habían tenido suficiente.
Las sirenas aprendieron la lección y no se juntaron más con humanos. Los flautistas, y músicos mágicos aprendieron también que no debían hacer tratos con ellos y decidieron prestar sus servicios a la comunidad mágica.
Y aquel flautista y aquella sirena, mientras caminaban hacia el fin del mundo, ella cantando y él tocando, oyeron rumores, de que, como ellos, muchos músicos habían decidido comenzar un romance con las sirenas.

lunes, 25 de junio de 2012

Juntos y revueltos -Autora Liliana Savoia-

La bailarina sale a escena una noche más. Es Odette, la primera figura de una obra que representa el amor y la magia, enlazando en sus actos, la eterna lucha entre el bien y el mal. Su compañero, un bailarín de fama internacional, protagoniza al príncipe Sigfrido, enamorado de ella, convertida en cisne por el hechizo de un indigno brujo y de Odile, el cisne negro e hija del hechicero.
El rostro de la bailarina muestra cansancio, pero no quiere defraudar a su público que espera todo de ella, lo mismo que de su compañero. Ambos desean ofrecer esa noche una actuación insuperable. En unos pocos minutos han conseguido abstraerse del mundo y de sus espectadores para sumergirse más y más en los complicados movimientos de aquella danza que sus cuerpos conocen tan bien. A una pequeña distancia de ellos, se deslizan plácidamente los cisnes. Conduciendo al grupo hay una hermosa ave. El bailarín camina a lo largo de la orilla del lago hacia ellos; cuando está a punto de seguirlos ve algo en la distancia que lo hace vacilar. Se para cerca de la borde, luego se retira rápidamente a través del claro para esconderse. Ha visto algo tan extraño y extraordinario que debe observarlo con detenimiento y en secreto.
Apenas se esconde, entra en el claro la mujer más hermosa que nunca vio. No puede creer lo que ven sus ojos, puesto que la joven parece ser a la vez cisne y mujer. Su exótico rostro está enmarcado de plumas, que se unen al pelo. Su vestido de tules, puro y blanco está embellecido con suaves penachos. En su cabeza descansa la corona de la Reina de los Cisnes. La joven piensa que está sola, aterrorizada, todo su cuerpo tiembla, sus brazos se aprietan contra el pecho en una actitud, casi desvalida, de autoprotección; retrocede ante el príncipe, moviéndose frenéticamente, hasta el punto de caer como un pájaro herido.
Sigfrido, ya enamorado de ella, le ruega que no se marche volando y ante su miedo le indica que nunca le disparará, que la protegerá. Ella es Odette. El bailarín la saluda y dice que la honrará; pero le pregunta: ¿A qué se debe que sea la Reina de los Cisnes? El lago, le explica la bailarina, fue hecho con las lágrimas de mi madre al verme convertida en la Reina Cisne. Y seguirá siéndolo, excepto que, entre la media noche y el amanecer, un hombre me ame, se case conmigo, y me sea fiel.
El espectáculo avanza hacia su desenlace, acrecentándose en cada giro y en cada paso; por la pasión de los bailarines. Los brazos de su compañero la alzan en acrobacias que desafían las leyes de la gravedad. La bailarina no se siente inquieta, confía en su compañero, como siempre.
Al iniciarse el cuarto acto, el grupo de doncellas cisnes, bailarinas experimentadas, se han agrupado a la orilla del lago espejado en el escenario. Odette, aparece llorando, ellas intentan consolarla, tal como lo han hecho noche tras noche. Le recuerdan que no tema, que Sigfrido es tan solo un humano.
La música se intensifica, el bailarín entra corriendo al claro y busca frenéticamente a Odette, su pareja, cobijada entre los cisnes. La toma entre sus brazos, jurándole su amor infinito y pidiendo su perdón por acceder a participar en la cacería de cisnes. Odette lo perdona, pero le dice que ello no sirve para nada, porque su perdón se corresponde con su muerte.
El cuerpo de Sigfrido convulsiona, los priones que entraron en su cuerpo con las frutas contaminadas que ingirió en la merienda; comienzan a invadirlo con sus proteínas, produciéndole alteraciones neurodegenerativas irreversibles, cambiando su conformación tridimensional. Cae entre estertores y espuma. Sus piernas se han multiplicado por dos, inducidos; los amiloideos plegados en apretadas hojas desbastaban sus neuronas. El crecimiento exponencial de los priones en su cerebro atacó el equilibrio entre el crecimiento lineal y la rotura de los agregados proteínicos. Ya no es Sigfrido, sino el mutante del ser que el bailarín una vez fue y jamás volverá a ser.
El resto de los danzarines eternizan el instante clavados en el escenario, anonadados por la irracionalidad del acontecimiento. Las luces enfocan el escenario. La bailarina se abraza a su enamorado tratando de salvarlo de la metamorfosis.
En ese instante, detrás de bambalinas, el asombro. Gritos desenfrenados provienen de la sala. Los espectadores baten sus palmas, exclaman, aúllan. Prismáticos y flashes de cámaras brillan en la oscuridad del teatro. La muchedumbre se levanta de sus butacas para asegurarse; de que aquello que sus ojos ven es cierto, que el cuerpo de Sigfrido, el bailarín, ha mutado en una criatura extravagante y siniestra.
El rostro de Sigfrido estalla desde cicatrices semejante a los huecos que deja la viruela. Los dientes, antes inmaculados, se muestran amarillos, afilados, largos, enormes y macizos como las brocas. Los ojos cambian de color y tamaño. Del azul al negro intenso, redondos, semejantes a los de un mono. En ese instante el tiempo se extravía; la danza se convierte en una orgía de miradas colmadas de interrogantes.
El bailarín abre la caverna de su boca y habla con una elocuencia tan profunda que parece un erudito griego. Su voz es áspera, arrastra las vocales, tal vez, por la súbita transformación.
En un demencial estado de enajenación el bailarín metamorfoseado termina arrancándose su propia oreja y comiéndosela... Aun así, descubre que como cualquier otro ser tiene sus virtudes, sus claroscuros, sus tragedias, sus dolores, su furia, sus resentimientos, su coraje, sus sueños, sus ilusiones... El mutante, como un niño travieso, masticando al descuido un chocolate, devora a mordiscos a la bailarina, que se deja digerir mansa y entregada. El resto del ballet huye temiendo ser engullido por la bestia, mientras el mutante y lo que queda de la bailarina, alcanzan su momento sublime, su momento de epifanía, su momento de éxtasis.
Tal como lo habían deseado antes de salir a escena, esa noche, sin proponérselo, dieron un espectáculo inigualable.

Juntos y revueltos -Autora Ichabod Kag-

La fábula del doctor y el presidente.

Puede que ser el presidente de una gran nación como Bavarialandia sea la ambición de aquellos que anhelan el poder. Sin embargo, para Niko el serlo era un martirio y he aquí el porqué.
Hace años, cuando el apenas comenzaba su campaña presidencial, decidió darse una escapada hacia un lujoso bar del centro de la capital de Bavarialandia. Por fortuna para él y para todo su partido no lo siguieron reporteros, pero esa tampoco es la razón de su desgracia. El verdadero motivo fue una linda rubia de ojos verdes y con pies tan ligeros que parecía volar cuando bailaba.
Niko no pudo separar su mirada de aquella mujer en toda la noche. Quería acercarse a ella y conocer su nombre por lo menos, pero una extraña fuerza (conocida por los más sabios como timidez) se lo impidió. Al final tuvo que contemplar su partida de aquél bar con un nudo en la garganta.
Meses después, ganó las elecciones y se mudó a la lujosa residencia presidencial de aquél país: Los Robles. Sin embargo, no había día en que no pensara en la hermosa rubia de ojos verdes; en esos momentos, el corazón se le comprimía al punto de hacerlo llorar.
Y de ahí viene su martirio. A pesar de ser el presidente de una gran nación y de tener un servicio de inteligencia tan listo que podía hallar una lágrima en medio del mar, la mujer que había visto aquella noche no aparecía de nuevo por ninguna parte.
Un día, leyendo el periódico, dio con un anuncio que de inmediato llamó su atención: “El gran y magnífico Dr. Sandalia. Maestro de las ciencias amorosas y conocedor de los secretos más secretos, de los sabios más sabios de las cumbres más altas del Tíbet. Capaz de hallar a tu alma gemela en un santiamén”. De inmediato Niko dio un brinco tan alto que le hizo un agujero al techo (el cual permanece hasta el día de hoy) y arregló un viaje secreto hasta aquél remoto país en el que vivía el sabio Dr. Sandalia.
Cruzó pueblos y ciudades, ríos y valles, bosques y desiertos. Y finalmente, en la cumbre de un pequeño cerro en el extremo más extremo del mundo, encontró la choza del Dr. Sandalia. Era una construcción de madera y paja tan rústica, sin más amueblado que dos jergones y un pequeño taburete de pino, que lo primero que le pregunto Niko fue que cómo le había hecho para tener un anuncio en el periódico.
— No viene mucha gente por aquí, así que necesito hacer algo de propaganda.
Y en efecto así era. Tal vez los más grandes sabios de los sabios deberían reconsiderar los lugares donde sus aposentos establecen. Pero volvamos con la historia.
De inmediato el Dr. Sandalia comenzó a trabajar en el cuerpo de Niko y también en su alma. Cada día debía correr veinte kilómetros y nadar otros tantos, además de sesiones de acupuntura, zumba y psicoanálisis para abrir sus chacras. Pues según el gran sabio, lo que aquejaba a nuestro presidente una gran cantidad de energía negativa que le impedía encontrar al amor.
Un día, cuando Niko volvía a la choza luego de sus ejercicios diarios, el Dr. Sandalia lo recibió con una gran noticia.
— Puedes volver a tu país, pues ya estás curado.
— ¿Curado de qué? Yo venía aquí a encontrar a la hermosa rubia de ojos verdes, no porque estuviera enfermo.
— Pero lo estabas. Estabas enfermo de tristeza y de miedo. Esos dos malignos agentes nublaban la vista de tu corazón impidiéndote sentir y ahora que los has retirado, podrás ver a tu amor de nuevo. Pero si aún necesitas algo de ayuda, una cosa más te diré: Antes de entrar a tu residencia, gira tu rostro hacia la izquierda.
Niko salió pisando fuerte de aquél sitió, pues se sentía timado. Sin embargo, también tenía la sensación de que algo dentro de él se había ido, dejando sitio a una tranquilidad que hacía mucho no sentía.
Cuando llegó a Bavarialandia nadie lo recibió, pues había dejado a un doble a cargo para que nadie notara su ausencia. Justo antes de entrar a su residencia de Los Robles, recordó las sabias palabras del Dr. Sandalia y dirigió su faz hacia la izquierda, encontrándose con una delgada mujer de cabello negro que comía una manzana sentada en una banca. A juzgar por su ropa, trabajaba para él.
Lentamente se acercó y, cuando la mujer lo miró con unos hermosos ojos cafés, Niko lo vio todo claro: aquella era la chica del bar que tan bien bailaba. Se había quitado los lentes de contacto y el tinte de su cabello se había caído, pero no había duda.
El gran presidente de Bavarialandia se reprochó entonces por haber buscado a una rubia de ojos verdes, en lugar de una mujer hermosa de mirada dulce. Al parecer el Dr. Sandalia tenía razón, pues aquella manzana fue lo primero que Niko y su amor compartieron en su vida.

La moraleja:
Seas o no presidente
Ten siempre esto presente:
No necesitas tener enfrente
A un doctor que se diga excelente
Pues aunque a veces se sienta ausente
El amor siempre está en el ambiente.

Juntos y revueltos -Autora Einyel-

Personajes: DEVORADORA DE SUEÑOS Y PEZ

Se despertó sudando y con fuertes palpitaciones. No podía recordar nada del sueño, excepto aquel rostro furibundo que avanzaba hacia él. Se levantó a por un vaso de agua, intentando aún convencerse de que todo había sido una pesadilla. No se percató de los ojos rojos que brillaban bajo su cama.
Como cada mañana el despertador sonó a las siete en punto. Sanya se levantó de un salto, llena de la vitalidad que otorga tener veinte años.
―¡Buenos días! ―gritó.
Eugène se la quedó mirando fijamente, a veces Sanya pensaba que era capaz de entenderla. Eugène era un pez de estanque, naranja y con la cola irisada, bastante corriente, aunque más grande de lo habitual. Quizás fuera por su edad, Sanya bromeaba a menudo diciendo que era un pez mezclado con tortuga centenaria, porque para ella siempre había estado ahí. Es más, su primer recuerdo era del día que le regalaron a Eugène, justo después de que muriera su madre.
Sanya se duchó y se vistió rápidamente. Se miró en el espejo mientras se recogía su larga melena castaña en una sencilla cola de caballo. Unos ojos de color verde intenso le devolvieron la mirada y una sonrisilla de niña traviesa escapó de sus labios mostrando unos dientes ligeramente separados. Antes de marcharse a la facultad, se asomó a la habitación de su Nana, que como siempre dormía hasta muy tarde. Sanya observó el pecho de su abuela que subía y bajaba lentamente, respiró tranquila, Nana era lo único que tenía.
Durante la segunda hora de clase, su móvil empezó a sonar. Molesta lo silenció, pero volvió a sonar aún más insistentemente. Ante la mirada de reproche del profesor y las risitas ahogadas de sus compañeros, finalmente lo cogió.
―¿Sanya? ―oyó que le decían al otro lado del teléfono.
―Eh, sí, soy yo…
―Ay mi niña, soy Esther, la vecina. Lo siento mucho cariño, pero tienes que venir enseguida a casa, ha pasado algo con tu abuela.
Dos días. Habían pasado dos días de locura desde que recibió esa llamada. La ambulancia, la certeza de saber que no había nada que hacer, el tanatorio y la gente que ella no conocía y que desfilaba ante su abuela, ofreciéndole un consuelo que no iban a poder darle. Y lo peor de todo aún no había pasado, lo peor es que se había quedado sola, completamente sola.
Desesperada se sentó en su escritorio, enfrente de su pecera. Eugène al menos seguía allí con ella, moviéndose lenta y elegantemente, ajeno a todas sus desgracias.
―Eugène, sólo me quedas tú. Sin la Nana, ¿qué voy a hacer ahora Eugène? Dime ¿qué voy a hacer?
Pero el pez continuó su rumbo sin inmutarse, Sanya se quedó mirando el suave ondular de su cola, y una extraña paz empezó a apoderarse de ella. Tras días sin poder dormir se sentía hipnotizada por el movimiento del pez y sus párpados empezaron a cerrarse.
Despertó. Estaba en una habitación desconocida para ella, enfrente suya un chico dormía profundamente. Era extraño, a pesar de la situación a Sanya todo aquello le resultaba familiar, sentía que sabía qué hacía allí y cual era el siguiente paso que tenía que dar. Se acercó al chico y con delicadeza le posó una mano en la frente. Estaba en un campo, jugando con unos niños pequeños, sus hermanos tal vez. Un hombre muy mayor apareció al final de un camino, al verlo él se sintió feliz, muy feliz, y empezó a correr. Sanya supo que ese era el momento justo y se abalanzó sobre él. El chico empezó a gritar de puro dolor.
Cuando se despertó, estaba de nuevo en su escritorio frente a la pecera. Siguiendo un instinto casi animal trató desesperadamente de atrapar a Eugène mientras el pez se revolvía, escabulléndose entre las algas y objetos de su pecera. Sanya daba manotazos al agua, intentando como una histérica cogerle. De repente tocó algo extraño en el fondo, era un tubo de vidrio, y dentro había un papel con la inconfundible caligrafía picuda de su abuela.

“Querida niña:

Si lees esto es que ya no estoy contigo. Eugène te habrá mostrado la carta y estarás confundida por lo que has vivido esta noche. Pero no tienes que preocuparte, lo llevas haciendo toda tu vida. Igual que lo hacía yo, igual que lo hacía tu madre.
Somos devoradoras de sueños, los necesitamos para sobrevivir, se los robamos a la gente, sus peores pesadillas, sus sueños más hermosos, todo eso les quitamos… y claro con ello les dejamos una herida en su mente de la que muchos no se recuperan. Tu madre lo sabía, sabía las consecuencias de sus actos y un día simplemente decidió que no podía soportar esa pena y se dejó ir. Siempre me culpé por ello, y temía que te pasara a ti lo mismo y perderte, por eso traje a tu pez. Todas las noches cuando vuelves de cazar, vuelcas tus recuerdos en él, Eugène olvida y tú olvidas con él. Lo hice para protegerte, pero ahora tienes que tomar tu propia decisión. Eres una devoradora de sueños, si sigues volcando tus sueños en Eugène, llevarás una vida tranquila, pero al hacerlo te estarás negando como persona, negando lo que en realidad eres y nunca te sentirás completa. Sin embargo si te deshaces de él, tendrás que afrontar las consecuencias y puede que no seas capaz de soportarlo. Es tu decisión, pero sigas el camino que sigas, yo siempre te apoyaré.

Te quiere. Nana”


Sanya apenas podía pensar, estaba totalmente impactada y se sentía ajena a todo lo que había pasado. Eugène tras la trifulca mantenida volvía a descansar tranquilo, como aletargado. Sanya le miró fijamente y pensó: “¿Soñaran los peces?”.

martes, 29 de mayo de 2012

La doble imagen -Autora Aqua-


Adela llevaba tanto tiempo persiguiendo aquella rosa, que prácticamente pensaba que nunca conseguiría encontrarla. Pero allí estaba, perfecta, a escasos centímetros de sus dedos. Que en un instante la tocaría, y toda aquella historia absurda terminaría.
Años atrás…
-¡Adela! ¿Has hecho tú eso?
-¡Sí, mamá! –Adela exhibe una gran sonrisa desdentada. Mira a su madre, con esos grandes ojos verdes, con el pelo alborotado.
-Oh, cariño…- Diana sonrió, por fin, por fin su querida hija había encontrado su poder, el de la curación. - ¡Vas a ser una sanadora encantadora!
-¿Así es cómo se le llama a eso en la comunidad mágica?
-Sí, cielo, así.
Adela había curado a un pequeño pajarito que había caído de un árbol, así comenzó su historia.
Y unos años después, en unos cuantos jardines más allá…
-¿Kevin? ¡Kevin!
-Adela, mierda, mierda, me he rajado la pierna. Llama a una ambulancia. ¡Corre! ¡Venga! ¿Qué haces ahí parada?
Estaba sopesando lo que iba a pasar. Seguramente la ambulancia no llegaría a tiempo. Pero… él era su mejor amigo, no podía dejar que le amputasen la pierna, porque según su experiencia, eso era lo que pasaría. Así que, con lágrimas en los ojos, se acercó a él puso las manos sobre lo poco que quedaba de piel… y ¡PLUF! Simplemente la herida ya no estaba allí. Él no preguntó, probablemente sabía desde hace tiempo su don, aunque no se hubiera percatado de ello. La besó. Y ahí quedó todo. Pero había pagado un alto precio por ello.
Era una norma de rigor el que ningún mortal con poderes supiera que existía la magia. Y ella acababa de infringirla.
¿El coste? Si no encontraba la rosa, la rosa de los vientos, su descendencia estaría condenada al exilio.

La rosa es, desde tiempos inmemoriales, el objeto más buscado por aquello que se llama la comunidad mágica. ¿Por qué? Porque inutiliza los poderes oscuros de los magos. Nadie la ha visto, nadie sabe cómo es en realidad. Sólo lo que hace y su puede que incierto origen… que un dios griego la colocase allí para su amada, para ver si superaba la prueba de su amor. Evidentemente, no lo hizo. Así que es una forma de castigo para las personas que incumplen las normas. Y, por supuesto, Adela lo había hecho.

Se había tirado media vida buscándola, en todos los rincones del mundo, en todas las tribus de magos, en todas las dunas y desiertos. Y no la había encontrado. Kevin la acompañó en todos y cada uno de sus viajes, aunque no pudiera entrar en todos los lugares, porque a partir de su sacrificio, se habían convertido en almas inseparables.
Eran buscadores de tesoros, cazadores de recompensas. Habían conseguido ser felices juntos. Pero tiempo después de comenzar la búsqueda nació una preciosidad llamada Catherine. Entonces, Adela tuvo que pactar un trato, su hija se quedaba en tierra hasta que ella muriera, si en ese momento no había encontrado la rosa estaría condenada al exilio.
Después todo fue frenético. Pero se rindieron. No quedaban más rincones por visitar, tenían que preparar a su hija para una práctica muerte segura.
Sin embargo, habían pasado algo por alto. La amada de aquel dios griego era mortal, sin poderes. Por tanto no alcanzaba lugares mágicos.
Así que tuvieron una última idea, que si resultaba no estar en lo cierto, sería la última partida de búsqueda.
Fueron a la primera aldea mortal. Allí hablaron con el jefe de la rosa. Pero él no les atendió hasta que Adela le mostró su poder. Conocían el secreto de la magia, porque aquel dios se lo había contado.
Les llevaron hasta una cueva. Y al final de la gruta, estaba su salvación.
Una preciosa rosa roja, con el tallo y las hojas de oro, les estaba esperando.
Así que con las manos llenas de arrugas, y en el rostro quizá demasiada sabiduría, Adela entregó a la comunidad mágica aquella rosa, quitando de su nombre la infracción que había cometido hacía tanto tiempo. Pero, cuando salió por la puerta, la rosa desapareció. Porque, al fin y al cabo, era ella quien decidía dónde iba, y quería volver al sitio de donde había sido cogida, por si alguna vez aquella amada de aquel dios, lograba encontrarla.

lunes, 28 de mayo de 2012

La doble imagen -Autor Rubenson-


Hambre

Sentados en un viejo embarcadero jugueteaban con los pies cerca del agua mientras les rugía el estómago como un león. Vagarsin dinero, sin prisas y sin rumbo tenía sus cosas,y aquella era una de ellas. Ya hacía tres días que se habían comido la última torta de arroz, y desde entonces solo habían podido echarse a la boca un par de saltamontesdespistados. Así que andaban por el mundo, a pesar del aporte extra de proteínas, arrastrándosecomo un par de gusanos en las últimas cuando se toparon con aquel lago.
Y allí estaban, en aquel idílico lugar discutiendola mejor forma de pescar algo sin tener cañas,ninguno lo había intentado antes, cuando uno de ellos advirtió lo que rondaba bajo las roídas maderas del embarcadero.Era un pez, un pez enorme, de casi dos metros.Y brillaba como el oro bajo el intenso sol de mediodía.
-¿Cómo lo hacemos? ¿Saltamos encima? -dijo impaciente el más joven.
-Es muy grande, busquemos un par de palos y…
-¿Te da miedo una trucha grande? -dijo agazapándose en el borde-, además se va a ir.
-Que lo vas a espa…- intento gritar en susurros, pero no terminó la frase. Saúl ya había llegado al agua y le interrumpió gritando “lo tengo, lo tengo, ayúdame”.
Ya es nuestro, pensó Dani, y ante las perspectivascayó en una especie de ensoñación en la que contempló cién formas distintasdecocinar aquel magnifico pez dorado. Hasta que su hermano le devolvió a la realidad,gritando socorromientras era zarandeado, golpeado y sumergido una y otra vez, con tal potencia,que empezó a tenerdudas sobre quien secomería a quien.
-No se te ocurra soltarlo-le dijo relamiéndose-voy a buscar un palo.
-¡Socorro! -gritó nuevamente escupiendo agua.
Dani saltó en plancha sobre la cola del pez, como pudo puso los pies en el fondo fangoso y resbaladizo, consiguiendo sacarla fuera del agua.
-¡Hacia la orilla! -le gritó con fuerza- ¡vamos, ponte de pie ylevántale la cabeza!
No fue fácil, el pez demostrabasu fuerza retorciéndose casi a placer y lanzando bocados sin que apenas pudieran hacer nada. Además,Saúlpudo observar con atenciónla boca llena de dientes retorcidos y puntiagudos que sobresalíanaun cuando ésta estaba cerrada. Yse esforzabamucho más por mantenerla lejos de él que de acercarse a la orilla.
En aquel momento el objetivo no estaba claro y la situación parecía darse la vuelta.Pero el hambre es un gran aliado, y en contra de lo que pueda pensarse, te da fuerzas y tesón para continuar. Así que la cosa continuó hasta que el pez, que no tenía hambre, cedió.
-¡Está bien!- gritó el pez –vosotros ganáis, oficialmente estoy atrapado.
Todo quedó en calma y los hermanos al dejar de ser sacudidosquedaron,paradójicamente, desorientados.
-Digo que os concederé el deseo.¿No es eso lo que queréis?
-¿Cómo?- balbuceó,Saúl, sujetando la cabeza parlante.
-El pez dorado.El de los cuentos clásicos.Estoy obligado a conceder un deseo a quien me atrape-. El pez se ofendiópor no ser reconocido-. Macho eso todo el mundo lo sabe.
Los tres quedaron en un silencio incomodo,donde se dejaba oír el vuelo rasante de las libélulas y los árboles mecidos por el viento.
-Claro que sí- reacciono al fin Dani-¿el pez dorado, recuerdas, Saúl? El cuento de la yaya.
Saúl, hizo memoria por un segundo-Sí, sí, claro, el pez. ¿Y qué podemos pedirle?- le contestó.
- Espera, espera. ¿Es uno para cada uno?- Pregunto Dani.
-No- Dijo el pez, sonriendo con toda la dulzura que le permitían sus desproporcionados dientes.
-La paz mundial- sugirió rápidamente Saúl.
-No, eso no-intentó zanjar Dani-. Yo quiero una casa, que estoy harto de dormir a la intemperie.
-¿Una casa? ¡Tu eres un pedazo de…!
Y nuevamente, en aquel otro preciso momento en el que todo parecía volverse en contra de ellos,el hambre ayudó a que la balanza se inclinase a su favor.
Así que finalmente los hermanos se reconciliaron y fueron felices para siempre, ya que les unía la sangre, las ganas de reconciliarse porque eran hermanos y además el hambre. Y el pez, que sonreía orgulloso por haber sido reconocido por los muchachos, también sonrió contento y feliz hasta el fin de sus días. Que por cierto, fue ese mismo mediodía. Cuando los hermanos decidieron comérselo a la Navarra.

La doble imagen -Autora Ichabod-


Compañera de imagen: Ibso


El calor.

A pesar de que hacía viento, el sol de septiembre pegaba con fuerza. Su luz quemaba sin calentar, cargando la atmosfera con una sensación opresiva. El bosque estaba en calma, todo totalmente quieto como si sus moradores durmieran una siesta que nadie osaba perturbar.
El único movimiento era el suyo. Sus pasos irrumpían tímidamente en aquél caluroso silencio. Un joven muchacho caminando entre los verdes senderos sin rumbo fijo. Si cualquiera lo hubiesen visto tal vez lo hubieran juzgado como un joven vago buscando perder el tiempo, pero ellos no conocían los motivos que lo llevaban a emprender esa caminata.
Aquél errabundo muchacho finalmente se sentó sobre un tronco caído y agachó la cabeza. Comprendió entonces su acierto al llevar aquellas gafas oscuras, pues así ocultaba su mirada de la vista de los demás, una mirada que solo le correspondía a ella. La angustia le hacía latir el corazón a tal velocidad que parecía que en cualquier momento le sobrevendría un infarto. Quizás eso hubiera sido lo mejor, morir súbitamente y ser arrastrado silenciosamente hacia la nada. Por lo menos así no tendría que hacerle frente a la realidad que estaba por venir. Cada día que pasaba se arrepentía tanto de sus acciones…
De pronto escuchó pasos. Se quitó los lentes como si con eso pudiera aguzar su oído. Un ligero arrastrar de pies sobre el musgo y la hierba lo llevó a alzar lentamente su cabeza. No cabía la menor duda, ella ya se estaba acercando. Mudó su semblante de tal forma que ella no pudiera adivinar sus sentimientos, convirtiendo su faz en una pétrea máscara de emociones. Temía que, en determinado momento, ella lograra disuadirlo de la convicción que lo había llevado a ese bosque.
Entonces ella apareció detrás de un árbol, una muchacha de su misma edad. Se veía tan hermosa con aquellas flores de colores prendidas en el cabello y el níveo vestido que resaltaba su figura que el muchacho dudó por un momento de su determinación y a punto estuvo de romper su defensa. Pero no podía echarse para atrás, no más. Apretó con fuerza, pero discretamente, su puño en un intento de infundirse valor a sí mismo, de dejar atrás de una vez todo ese lastre… Debía hacerlo.
— ¿Qué haces aquí? No te esperaba sino hasta el anochecer —exclamó ella con una amplia sonrisa en el rostro.
El joven sintió ese gesto como una fría puñalada de hielo en el centro de su ser. Definitivamente debía hacerlo, así que aspiró profundamente y se puso en pie con un solo movimiento.
— Ya no vendré más, no quiero seguirte viendo —soltó tal y como lo había planeado. Lo mejor era decir las cosas sin rodeos para deglutir de una vez el trago amargo que esa decisión le suponía. Apretó los labios, esperando la respuesta de aquella muchacha a la que si vida había estado tan atada.
Contrario a toda expectativa lógica, la chica amplió su sonrisa, enseñando un par de blancas hileras, y se adelantó para tomar la mano del muchacho. Era un gesto tan cruel.
— ¿Pero qué estás diciendo?
— Que ya no quiero verte —repitió el chico. Una vez dicho por primera vez, lo demás tendría que resultar sencillo, ¿o no? Por lo pronto, se desasió de la mano de su otrora amada y dio unos pasos hacia atrás. Casi tropezó con el tronco en el que antes había estado sentado—. Esto tiene que acabarse.
— Tú no puedes tomar esa decisión, no te corresponde —la joven se acercó un par de pasos, con la vista fija en los ojos de su interlocutor. En esa mirada había algo, una cosa indeterminada.
— Claro que puedo. Esta es mi vida y quiero continuarla lejos de ti —exclamó el chico mientras gruesas y repentinas gotas de sudor surcaban su rostro. De alguna forma sabía que no se debía al calor del ambiente, sino a algo más.
— Yo te amo —exclamó la otra con una voz quebrantada, al borde del llanto, pero en sus ojos continuaba con aquella expresión terriblemente vacía de significado y, a la vez, llena de “algo” siniestro e indeterminado.
El muchacho sintió una gran opresión en el pecho al escuchar esas palabras. El aire que lo rodeaba se tornó sofocante de súbito. Parecía que su piel ardería en cualquier instante. Entonces lo recordó, supo de pronto el por qué estaba ahí haciendo tales declaraciones.
— ¡Tú estás muerta! —gritó reuniendo las fuerzas que le fueron permitidas. Él sí que estaba al borde del llanto. Sentía un millón de arpones ígneos que le traspasaban inclementes su corazón. Tal vez había cometido un error al ir ahí…
— Te equivocas, mi amor —la chica sonrío de nueva cuenta, pero en este gesto nada había de amable. Era más bien una mueca tan fría como la tumba en la que había estado reposando hasta entonces—. Tú me mataste. ¿Lo olvidas? Me enterraste aquí mismo.
—No… yo ya no… —el joven quiso replicar, pero las palabras no lograron salir de su boca. El calor que sentía era tan sofocante que lo obligo a postrarse en el húmedo suelo del bosque.
— Sí. Y desde entonces has venido a verme, cada noche. Continúas siendo el mismo adorable gusano que me estranguló con sus propias manos —dijo ella en un tono dulce al tiempo que su cuerpo comenzaba a transformarse, mostrando la pútrida criatura en la que la muerte la había convertido. Se acercó a su amado, quien se asfixiaba lentamente al tiempo que se abrasaba por dentro, y le acarició su tersa cabellera—. No te preocupes, cariño. Yo te ayudaré a ver la realidad, te ayudaré a que estemos juntos para siempre, amándonos en el mismo lugar que tú escogiste para nosotros… ¡Te he preparado un rinconcito tan acogedor en el infierno!

Cuentan los viajeros que pasan por esa zona del bosque que en ocasiones se llega a sentir un calor súbito y sofocante, acompañado por los gemidos de placer de una mujer y los desgarradores gritos de dolor de un hombre.

domingo, 15 de abril de 2012

El Titanic -Autora Aqua-

Violeta admira el Titanic. Le encanta. Es el avatar del progreso. Es el día 10 de abril del 1912. El barco zarpa del puerto de Southampton hacia Nueva York. Un viaje idílico, junto a su prometido Alessandro, en el “insumergible”. Un viaje que terminaría en Nueva York donde una semana después de llegar a tierra se casarían. Sabía ya de memoria los titulares que habían acordado con la prensa. Alessandro Mirácolo, y Violeta Galiari se casan en la Iglesia más famosa de Nueva York. El multimillonario Mirácolo se casa con una joven bellísima de una isla de Italia. ¿La familia Mirácolo proseguirá con la Galiari?
Todo era perfecto. Violeta con su pamela, sus vestidos y sus joyas, bailando con Alessandro y con algún otro joven apuesto. Bajando continuamente, siempre con una brillante sonrisa, por aquella preciosa y dorada escalinata en las dependencias de primera clase. Y Alessandro, que tenía a todo el mundo rendido a sus pies, y al que no, ya lo arreglaba él, con sus fajos de billetes.
Comían cada día en el comedor de primera clase, con un puñado de sirvientes que no dejaban de preguntarles si querían algo más. Violeta era paciente, amable, risueña, alegre, guapa, el tipo de chica que todo el mundo quería. Alessandro, todo lo contrario, trataba fatal a cualquier persona que no fuera mínimamente rica, era altivo, gallardo, serio, demasiado avaro, el tipo de hombre que maduraba fatal y el abuelo gruñón.
Pero no vengo a hablar de esto. Vengo a hablar de aquel momento fatídico en que el Titanic pasó a ser historia, de la forma menos pensada. El domingo 14 de abril de 1912 era el quinto día que el barco navegaba por las aguas del Atlántico Norte, a toda velocidad. Se aproximaba a las costas de Terranova. Desde las dos menos veinte de la tarde se recibieron mensajes de distintos barcos que advertían el peligro de icebergs. Nadie adivinó que aquellos mensajes eran el preludio de una tragedia. No se redujo la velocidad, a pesar del conocimiento, de aquellos grandes bloques de hielo. Se creían infalibles, muy seguros de su buque y de sí mismos. Al caer la noche se tomaron las medidas pertinentes para divisar posibles bloques durante la ruta. Hasta el último momento se recibieron mensajes de advertencia, a los que no se hizo el menor caso. La dificultad para detectar el peligro era parte de la soberbia que acompañaba al Titanic. A las once todo el mundo estaba acostado, media hora después, se divisó un iceberg, a unos quinientos metros de distancia. La capacidad de maniobra era muy reducida, y el iceberg les rozó de costado. Thomas Andrews, que diseñó su sistema de seguridad, constató que estaba seriamente afectado. Que se hundía. El pánico cobró vida. Los botes salvavidas no eran suficientes. No se llenaban del todo, eran desaprovechados. Incluso en aquel momento los beneficiados eran los de primera clase. Hacía unos minutos unos hombres que trabajaban en el barco habían sacado a Violeta y a Alessandro del camarote, les habían puesto unos chalecos salvavidas y estaban esperando uno de aquellos botes. Les llegó el turno. Violeta estaba asustada, pero tenía esperanza de que iban a salir indemnes de aquella situación. Pero Alessandro vio que aquel bote estaba lleno de personas de tercera clase. Se acordó de también de todo su dinero guardado en la caja fuerte de su habitación. Se bajó del bote.
-¡Violeta! ¡Voy a por tus joyas. Nos reuniremos luego. Cuando nos recojan!
-¡No te vayas…! ¡Te quedarás ahí!¡No, no, no…! ¡NOOOOOOOOO!
Pero sus gritos desgarrados no impidieron nada a Alessandro. Cuando ya llegaba a la caja fuerte el barco se partió en dos y comenzó el proceso de hundimiento. El agua le llegaba por la barbilla. Ni siquiera llegó a la superficie. Horas después la gente seguía en el agua. En las barcas. Semicongelados intentando nadar. Muertos por el frío. Con miles de historias entre los dedos, esperando no morir con ellos. Y finalmente el trayecto acabó con la muerte de muchísimas personas, de la esperanza en que el progreso lo era todo, de la altivez, del orgullo.
Y, al igual que el Titanic, Alessandro murió por su altivez y su avaricia, acabó con la singular creencia de que el hombre lo podía todo, incluso con la naturaleza.

sábado, 14 de abril de 2012

El Titanic -Autor Ichabod-

Bajo las olas

Me gustaría que pudieses ver este crucero. Es bastante grande y se ve tan moderno que me parece imponente. Dicen que realizaremos el mismo recorrido que hizo el Titanic hace cien años y que nos detendremos en el sitio exacto donde se hundió para conmemorar a las víctimas ¿No es emocionante? ¡Cuánto me gustaría que estuvieses aquí!
Al subir la escalinata de abordaje me percato de lo mucho que extraño tu presencia. Hubiéramos visto el puerto alejarse desde la barandilla, con tu cintura entre mis brazos. Tal vez hubiera hecho alguna broma y tú tal vez te hubieras reído, quizás luego habrías acariciado mis manos y recostado tu cabeza en mi hombro. Quizás…
Hay gente aquí de muchos países, no solo de Inglaterra. He visto alemanes, franceses, rusos y estadounidenses, entre otros. Ellos me hablan y se asombran de que domine bien todas sus lenguas. Esto es para que veas que, desde que nos separamos, no he perdido el tiempo. En particular, he hecho amistad con una pareja originaria de Nueva York; son personas jóvenes que han decidido comprar los boletos en este crucero conmemorativo para su luna de miel. Vienen vestidos con trajes de la época y cualquiera que los viera diría que, en verdad, son dos fotografías de papel sepia que han salido a explorar el mundo actual. ¡Oh, si los vieras te reirías tanto!
Yo les cuento de mí, de lo mucho que sé y de lo mucho que he viajado. Pero, sobre todo, les cuento sobre ti. Les platico de tu hermosa sonrisa que era capaz de hacer palidecer al sol y de sonrojar a la luna y de tu voz que quebraba el sonido al punto de hacer reír al viento. Ellos solo se ríen. Supongo que les sorprende que una persona tan anciana como yo recuerde aún a su primer amor. ¡Ay, si tan solo estuvieras aquí!
Durante la cena hay una orquesta como la de hace cien años que toca música hermosa, tanto que me hace añorarte y ver tu rostro dibujado en cada una de las esquinas y ventanas del comedor; me imagino que estas aquí y que puedo tomarte de la cintura para bailar como lo hacíamos entonces. Eso es en verdad lo que quiero hacer. Pero solo atino a llevarme la comida a mi boca y tomar tragos ocasionales de whisky con unos toques de lágrimas mudas.
Los días siguientes transcurren con igual monotonía. Suelo desayunar con aquellos viajeros neoyorkinos y a la noche ceno con la misma patética música de fondo; solo es en mi camarote donde tengo un momento de solaz porque estoy a solas con tu recuerdo. Trato de evocar tu perfil, tu figura y tu belleza pero mi memoria ya no es la misma. Poco a poco he perdido tu voz, tus risas, tu esencia. Y si vieras cómo he llorado.
¿Recuerdas cuando veíamos las gaviotas en el cielo y los delfines en el agua? ¡Ah! He llorado por esos momentos porque yo ya no los recuerdo. Tantos años me han obligado a cortar aquellos lazos que nos unían y que, ingenuamente, creíamos eternos. Mis lágrimas se confunden con el mar durante el día y con las estrellas durante la noche. Estoy relleno de pequeños pedazos de cristal que me tasajean cruelmente el alma. Cuando pienso en ello, lloro amada mía, lloro por ti y, sobre todo, por mí.
Deambulando por la cubierta al cuarto día escuchó la voz del capitán por los altoparlantes: “En la noche llegaremos al punto exacto de hundimiento del Titanic. Una vez ahí, ofreceremos una ceremonia a la memoria de todas las víctimas mientras la orquesta nos acompañará con una participación especial”. Entonces una sonrisa surca mi desvencijado rostro y, si pudiera, daría saltos de alegría.
Mientras busco en mi camarote aquello que durante tantos años he guardado, acuden a mi mente por fin los recuerdos. Mis manos tiemblan ante la remembranza de tu cuerpo y evoco aquellos momentos en los que acariciaba la tibia sencillez de tu ser: tu boca, tus mejillas, tus senos, tu vientre… todo vuelve a mí como un torbellino de emociones que amenaza con llevarse los despojos de mi alma. ¡Oh amada! Espero que tú también sientas mi cercanía y evoques aquellas noches en las que me entregabas tu ser y yo, a cambio, te otorgaba una pequeña rosa envuelta con mi carne misma.
Las noches en medio de la nada son heladas, frías. Es un desierto de viento cortante que se afana en destruir todo cuanto queda de los sueños de un hombre y reducirlos al eco que caracteriza al olvido. Es como aquella noche en la que nos separamos. Las estrellas todavía se burlan de mí con sus titilantes sonrisas. Yo solo camino por la cubierta con aquello que durante tantos años guardé: este traje esta apolillado y roído por las ratas.
“Parece usted una fotografía vieja. Directo de inicios del siglo pasado” me dicen mis amigos neoyorkinos al verme con esta ropa. Ahora comprendo que hice mal en juzgarlos. Me invitan a acudir con ellos a la ceremonia; yo me excuso diciendo que debo pasar antes al baño. Una mentira que se le perdona a un viejo como yo.
En su lugar me dirijo a popa del barco. No hay nadie ahí. El barco está detenido. Me llega la melodía tocada por la orquesta, aquella con la que se hundió aquél coloso de hierro hace un siglo. Y lloro de nuevo, amada mía, porque las notas son las mismas con las que nos despedimos. Me asomo hacia la inmensa negrura de las aguas y ahí, bajo las tímidas olas, alcanzo a distinguir tu pálido semblante.
Me aviento por la borda. Llevo el mismo traje con el que nos despedimos, con el que sostuve tu mano en un mar helado, con el que besé por última vez tus gélidos labios. He envejecido, pero sé que tú no has cambiado, te has conservado intacta en las oscuras cámaras de la muerte. ¿Te has alistado también?, ¿llevas aquél hermoso vestido que te regalé hace casi cien años para hacer el viaje de nuestras vidas?, ¿me has aderezado una habitación en ese barco herrumbroso en el fondo del mar? Mientras desciendo me siento rejuvenecer. Te veo venir a mí a medida que la vida abandona mi acabado cuerpo. Y por fin, hermosa mía, volvemos estar juntos en el mismo punto en el que nos separamos aquella aciaga noche de abril de 1912. Esta vez, te prometo, terminaremos junto nuestro viaje.