HOLA A TODOS

Este blog se ha creado de forma secundaria al blog Adictos a la Escritura, para poder dar cabida a las publicaciones de aquellos miembros que carezcan de un lugar propio.

Un saludo

Sandra

sábado, 29 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, MorganJ-

LA PLAGA HUMANA

-Recuerden: tenemos 60 minutos para encontrar la información que necesitamos y sustraerla. No se quiten los guantes por ningún motivo, no enciendan ninguna luz y si algo urgente sucede, marquen a mi celular que subiré enseguida –dijo Roberto –. Voy a estar abajo vigilando que el sujeto no vuelva antes de tiempo.
Entonces Roberto se fue sin hacer ruido y nos dejó solos. Gary y yo nos miramos y luego contemplamos la imponente biblioteca en donde estábamos. No era tan grande como la del primer piso, que ocupaba el equivalente a tres habitaciones grandes y cuyas estanterías llegaban hasta el techo. Según los datos de Roberto habían más de dos millones de libros en esa biblioteca del primer piso. Es un número muy grande pero no dudo ni un segundo de que sea cierto, no después de haberla visto.
La biblioteca del segundo piso, en donde estábamos Gary y yo, era solo para los libros especiales. “Especiales” había recalcado Roberto. Significara eso lo que significara. Roberto nos había entregado unos guantes especiales, unos gorros, unas linternas pequeñas pero muy potentes y nos había explicado lo que teníamos que hacer. Debíamos encontrar una información muy valiosa e importante que solo se hallaba escondida en uno o en varios libros muy especiales que este sujeto en particular poseía. Dicha información no era posible hallarla en ningún otro lado.
-¿De qué información exactamente estamos hablando? –le pregunté a Roberto.
-No es importante que sepan eso y tampoco es de su incumbencia –dijo.
Luego añadió que lo único que debíamos hacer era buscar ese libro o libros, guardarlos en un morral que nos había entregado y salir de la mansión a oscuras antes de que llegara su dueño.
-Deben encontrar y traer cualquier libro que en su titulo contenga una (o ambas, lo cual sería un milagro) de estas dos palabras: Plaga Humana –dijo Roberto.
Como el dueño de la mansión y de todos esos libros también hablaba y leía literatura en otros idiomas, Roberto nos había dado una hoja en donde estaban esas mismas dos palabras, Plaga Humana, escritas en otros idiomas. Human Plague, en inglés. Y en francés, y en alemán, etc.
La biblioteca de libros especiales solo ocupaba una habitación y tendría, no sé, tal vez menos de cinco mil libros. Podrían ser unos tres mil o cuatro mil. El único problema era el tiempo limitado que teníamos, más el hecho de que solo éramos dos personas. Ni Gary ni yo íbamos armados pero Roberto sí y también el conductor que nos esperaba tres cuadras después de la mansión en un auto con placas falsas.
-Voy a empezar por la derecha –dijo Gary –. Tú ve por la izquierda.
Encendí mi linterna y empecé a revisar los libros.

-Si llegan a encontrar algún libro que esté en un idioma extraño que ustedes no conozcan y que no se parezca en nada a ninguno de los que tienen anotados en la hoja que les di, o un libro que no tenga titulo ni nombre del autor por ninguna parte…, guárdenlo enseguida y me llaman, ¿entendido?
Yo solo había encontrado dos cosas que podían servir y ya las había guardado en mi morral. The Dark Plague de Timothy Connolly y Least Human de Steve Crowley. Gary había guardado también uno o dos libros en su mochila.
Para poder realizar nuestro trabajo de forma rápida y eficiente (Roberto nos había pagado el doble por adelantado) Gary y yo habíamos dejado de tratar de entender los motivos de nuestro jefe o la razón o naturaleza exacta de lo que estábamos haciendo. Como no podíamos cuestionar ni entender lo que hacíamos ni con qué fin lo estábamos haciendo, lo único que nos quedaba era hacerlo y ya. Sin preguntas. Qué iba a hacer Roberto con esos libros o a quién se los iba a mostrar o vender después no era nuestro problema.
Habíamos recorrido la mitad de la biblioteca cuando Gary me dijo que creía que había encontrado lo que buscábamos. Se acercó a donde yo estaba y me mostró un libro que no tenia titulo ni nombre del escritor por ninguna parte. Lo abrí. Estaba lleno de caracteres extraños y símbolos que me hicieron doler la cabeza de solo mirarlos. Se lo devolví a Gary y le dije que lo guardara. Saqué el celular e iba a llamar a Roberto cuando escuchamos con claridad su voz abajo. Hola, dijo. Luego, silencio. Gary y yo nos miramos y esperamos. Se suponía que no debíamos hablar en voz alta. Transcurrieron treinta segundos más y entonces escuchamos una ráfaga rápida y apagada de tres disparos hechos con un arma con silenciador.
-¡Mierda! –dijo Gary y se tiró al suelo.
Yo cogí mi morral y le dije a Gary que teníamos que irnos.
Avanzamos por el pasillo a oscuras y llegamos hasta las escaleras. Me asomé con cautela y vi un cuerpo abajo en un charco de sangre. Podía o no ser Roberto. Pensé que lo mejor era saltar por una ventana lateral y huir. Tratar de llegar hasta el vehículo que nos esperaba. Nos giramos para avanzar en otra dirección cuando vimos, en el umbral de la biblioteca que acabábamos de dejar, la silueta alta e imponente de un hombre. Su cabeza casi tocaba el marco de la puerta. La piel del hombre era tan blanca que relucía en la oscuridad. En ese instante recordé una de las advertencias de Roberto a la que no le habíamos prestado mucha atención por considerarla excesiva.
-Si llegan a ver a alguna persona dentro de la mansión por cualquier motivo, así esté dormida en una cama o andando por el pasillo sin prestarle atención a ustedes, cubran sus rostros y escapen inmediatamente. Si alguien de dentro contempla sus rostros, así sea por un segundo, ya no tendrán salvación posible.
Gary y yo nos miramos y tragamos saliva.
La figura de la biblioteca comenzó a levitar hacia nosotros.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Título clave -Autora, Mica-

Una señal.

Otro aburrido día de escuela, aunque no creo que así se le pueda llamar a este lugar. Me encontraba caminando hacia la lúgubre mansión por el sendero hecho barro que llevaba hacia ella. Los fantasmales cuervos negros, parecían observarme desde los árboles, pero yo ya estaba acostumbrada a su mirada.
En fin, cuando llegué a la gran entrada del lugar, me detuve a saludar a la portera, y retomé mi camino hacia el salón.
Ya estaba llegando, cuando vi a mi amiga, Emilia. Parecía un zombie. Iba a acercarme para gastarle una broma sobre su aspecto, pero al hacerlo, noté que tenía una cara de espanto que podría perturbar a cualquiera, tenía la vista puesta en un punto ciego, y lloraba repitiéndose ‘vendrá por mí’ una y otra vez. De repente se derrumbó y calló sentada al piso, se puso en posición fetal mientras lloraba más fuerte y se repetía esa frase una y otra vez. Pronuncié su nombre para hacer que me prestara atención, pero no reaccionaba. Me asusté y salí corriendo hacia mi salón para avisarle al profesor.
Una vez que llegué y le grité lo que había visto, nos dirigimos al lugar en donde estaba Emilia. Pero al llegar, me llevé una sorpresa al descubrir que ella ya no estaba ahí. Me pusieron un castigo por ‘hacer una broma’ de tan mal gusto, pero no me importó, no me podía sacar esa imagen terrorífica y esa frase de la cabeza.
Cuando el profesor tomó lista, no pude evitar estremecerme al oír que Emilia estaba ausente. ¿Es que me estaba volviendo loca? Yo la había visto en el pasillo, quizás se había retirado antes.
Mis compañeras estaban preocupadas por otras cosas, entre las cuales se encontraba la fiesta que harían por la tarde. Intenté involucrarme en la conversación y convencerme de que lo que había visto y oído era un producto de mi imaginación, pero parecía tan real...
Tocó el timbre del recreo y fui hacia el baño de chicas, entré con la cabeza puesta en mi bolso, buscando mi celular para enviarle un mensaje a Emilia. Estaba en eso, cuando decidí echarle un vistazo al gran espejo que había frente a mí, y así ver si el miedo que tenía se veía reflejado en mi cara. Pésima decisión. El lavamanos estaba lleno de sangre y en el espejo se dibujaba la frase ‘La que sigue eres tú’ y una flecha dirigida hacia el costado del baño. Seguí la flecha y chillé con tanta fuerza que me dolió la garganta. Mi amiga estaba ahí, sí, tirada sobre un charco de sangre, con los cabellos enredados y la mirada perdida. Por alguna razón, corrí hacia ella y me senté a su lado, gritando su nombre, tomando su lastimada mano y apretándola con fuerza. Ya no podía ver bien por las lágrimas saliendo de mis ojos, tenía un nudo en el estómago y me dolía el pecho. Y así estaba, sin saber que era lo que debía hacer, cuando de pronto me percaté de algo en su brazo, quité las lágrimas de mis ojos y volví a gritar. Unos cortes se esparcían por toda la longitud de su brazo derecho, con trazos firmes y feroces. Intenté aclarar mi mente, y me levanté del piso. Mis piernas temblaban, y se me hizo muy difícil mantenerme en pie. Comencé a sentirme mareada, vi borroso, y segundo después, todo se tornó negro.
Desperté en la enfermería de la escuela, sobre una camilla. La enfermera que me atendía, me dijo que me habían encontrado desmayada en el baño, y de repente recordé lo que había pasado, la sangre, mis gritos, el cuerpo inerte de Emilia. Me incorporé bruscamente y perdí el equilibrio, no llegué a caerme, pero la enfermera me dijo que tuviera cuidado, me había golpeado la cabeza al caer. Le pregunté si yo estaba sola cuando me encontraron, y me contestó afirmativamente. Salí de ahí y comencé a correr hacia el baño. Estaba ya llegando, pero alguien me detuvo. Era una de las profesoras, le conté que me había desmayado, omitiendo la causa, y cuando hube terminado de contarle mi historia, me dijo que vuelva al salón. Me dirigí a este pensando que todo había sido un sueño, o mejor dicho, convenciéndome de eso. Cuando por fin ingresé, el profesor preguntó por mi accidente, y al llegar a la conclusión de que todo estaba bien, me envió a sentarme. Casi suspiré de alivio al ver a Emilia sentada allí junto al banco hacia el cual me dirigía, todo había sido un sueño. El profesor siguió copiando ejercicios en el pizarrón, y todos aprovecharon a comenzar a hablar, yo también quería hablar con mi amiga, y asegurarme por completo de que nada de lo que había visto había sido real. Mientras charlaba con ella, noté algunas lastimaduras en su brazo derecho, pero no le di importancia. Luego de un rato, todos comenzaron a hacer los ejercicios, ya que el profesor había terminado de copiarlos y se había dedicado a observarnos con fijeza. Me miraba algo confundido cuando le preguntaba algo a Emilia, como si yo estuviera loca...
También pasé el recreo con ella, todos me miraban muy extraño mientras conversábamos. Estábamos caminando por el pasillo, cuando vimos que mis papás estaban en la oficina del director, él les estaba diciendo algo con la preocupación marcada en el rostro. Mi mamá me miró con tristeza, y mi papá la abrazó en forma de consuelo. Le pregunté a Emilia si ella sabía algo, y mi mamá comenzó a llorar. Los tres salieron de la oficina y después todo pasó muy rápido.
Dos hombres vestidos con monótonos uniformes blancos me llevaron hacia una camioneta igual de blanca, y me colocaron una extraña camisa blanca que no me permitía estirar los brazos, manteniéndolos en una incomodísima posición. Mis papás estaban llorando, y yo no entendía nada. Los dos hombres me metieron a la camioneta y me acostaron sobre una camilla. El vehículo se puso en marcha, y yo veía como me alejaba de ese extraño lugar al que llamaba escuela: el bosque que se esparcía alrededor de la elevada mansión, el deshecho camino que guiaba hacia ella, los cuervos negros que seguían observándome macabramente; mis papás, el director, mis amigas, todos allí parados llorando desconsoladamente. Yo sigo sin entender nada, pero Emilia encontró la manera de entrar conmigo a la camioneta y me dijo que todo va a estar bien, y que ella siempre va a estar conmigo...

jueves, 27 de diciembre de 2012

Título clave -Autor, Rubenson-

Las verdades que a veces callo

Los que me conocen me llaman Bob, y vivo en la tierra. Un lugar peligroso, difícil, en el que la única preocupación es vivir, bueno, sobrevivir un día más como se pueda. Esto ha hecho que se haya vuelto un poco menos humana de lo que llegó a ser y de lo que me gustaría que fuese. No viví en la época de la que los más ancianos hablan de oídas, pero pienso que tenía que ser hermoso y agradable el que, sino en todos los casos, la tónica general fuese la de ayudar y respetar al prójimo, preocuparse por el vecino, por cómo le va por si se le puede ayudar en algo y no por si se le puede robar, o por como matarlo si no se deja.
Si, este es mi hogar, la tierra, toda ella, no especifico más porque es así en todas partes y da lo mismo el lugar donde esté, la gran mayoría malvive asustada, y la ley del más fuerte o la del más listo impera en todas partes sin excepción. Quien puede machaca, quien no roba, engaña o muere miserablemente.
En esta tierra como podréis imaginar la moralidad está mal vista, bueno, más bien es difícil de ver. Quien la tiene la esconde hasta que consigue deshacerse de ella, ya que antes o después termina oliendo a cadáver. Nadie se fía de nadie, ni se arriesga a ayudar si no puede sacar nada a cambio, algo que merezca la pena por supuesto, y eso todos lo saben, así que llegamos otra vez a lo de que nadie se fía de nadie. Pero por suerte para mí, parece ser que existe algo que llaman necesidad y desesperación.
No soy ni el más fuerte ni el más listo pero soy paciente, y solo tengo que sentarme a esperar a que los peces vengan.

La puerta blindada se abrió lenta y pesada, empujada por un pequeño pez.
-Buenos días- aun me cuesta decirlo con la gran sonrisa que me exigen.- ¿En qué puedo ayudarle?
La pobre dio los buenos días también con una sonrisa, pero apenas podía disimular los ojos de cordero. Sabía dónde se metía. -Buscaba solicitar un crédito, y me gustaría consultar las condiciones que ofrecen.

El banco donde trabajo es solo uno de los peces grandes, que se alimentan de forma desmedida y sin control de todos los que se atreven a adentrarse en sus fauces, atraídos por los anuncios en internet, televisión, radio… y empujados por la necesidad.

-Enseguida. Si hace el favor de seguirme…- le hice una semi reverencia acompañada de un ligero gesto con el brazo. Me siguió por la sucursal, fastuosamente decorada, hasta un pequeño despacho con un gran ventanal que tiene vistas al hall de la entrada. Y allí, le ofrecí amablemente una de las tres sillas que rodeaban la mesa que se hallaba en el centro, para que no se diga que escatimamos en gastos ni en gestos.- ¿Y en qué cantidad estaba usted pensando?

Mi función es la de cerrar un trato beneficioso para “ambos”. Y la mayoría de las veces ni siquiera he de mentir.

-200.000€
-Bueno, es una cantidad elevada. ¿Tiene usted una nómina?
-No, yo pensaba…- se interrumpió al sacar unos papeles del bolso.
-¿El piso como aval?-directa a las brasas, pensé yo.
-¿Habrá algún problema?

Pero, a veces, recordando la tierra de la que los más ancianos hablan de oídas, no puedo evitar pensar en las verdades que a veces callo, en mis decisiones y en sus consecuencias. Y es en esos momentos cuando sucede una de esas cosas que te hacen sentir bien, que te reconcilian contigo mismo y con el mundo que te rodea, haciéndote posible sobrevivir un día más en esta tierra.

-¿La verdad? Sí, sí habrá problemas.

Título clave -Autora Aqua-

Roto

Era un concierto más. Aunque este tenía algo de particular, y es que ella, la pianista, había decidido el emplazamiento, y era en pleno campo. Rodeados de flores multicolores, con los más variopintos olores. El piano estaba a unos metros del público, era negro y bastante grande. Ella, Verónica, tenía una cascada de rizos caoba cayéndole por los hombros, y una pequeña trenza que le recogía casi la mitad del pelo. El vestido era de color crema, tenía un pequeño escote, se fruncía con una cinta azul cielo en la cintura, y le llegaba hasta las rodillas, con pequeños jirones de tela, translúcidos, adornando la parte de abajo. Llevaba unos zapatos de tacón del mismo color que la cinta que llevaba en la cintura. No iba maquillada, ni llevaba joyas, pero era hermosa sin necesidad de todo eso. El concierto estaba resultando perfecto. Verónica estaba haciendo la mejor actuación de su vida, probablemente. Cuando terminó la canción, se levantó e hizo una reverencia, sonriendo. Porque ella siempre sabía el efecto que causaba en la gente. Todos fueron a tomar un tentempié antes de que comenzara la siguiente canción. Ella fue a la cocina que habían instalado para el evento y se puso un sándwich vegetal y un vaso de agua. Todo iba bien hasta que un criado entró y a Verónica se le cayó el vaso al suelo, por el susto que le había pegado. Ella se quedó mirando el destrozo que había causado. El vaso estaba roto, hecho añicos, desperdigado por las baldosas, y entre los zapatos de Verónica. No dijo nada, ni siquiera se agachó para quitarse los trozos de encima. Se quedó en estado de shock, simplemente mirándolo. Después de unos minutos de confusión, el criado se acercó a ella y le dijo que él lo limpiaría, que saliera de la cocina.
Ella le miró, atontada, y cogió un trozo del suelo. Pensó. Miró la puerta trasera, que estaba entreabierta, dejando ver un pedazo de hierba y de cielo, de inmensidad, y fue en ese momento, cuando se dio cuenta de que nada le impedía escapar. De que ya nada importaba, de que nada le ataba ni a ese sitio, ni a nadie. Ya volvería después, si lo necesitaba. < ¿Por qué no? Me voy. Me voy ya y dejo todo esto atrás.>
Verónica pasó por encima de los cristales haciéndolos crujir a su paso. Cuando estuvo fuera, inspiró fuerte, se quitó los tacones y los tiró, haciéndoles caso omiso. Salió corriendo, mientras reía. Se arrancó los jirones de tela que sobresalían del vestido. Arrancó una manzana. Y sonrió de nuevo. Era feliz. Y eso era lo único que le importaba. Así que miró un segundo lo que dejaba, y decidió seguir su camino, su camino hacia la libertad. Y es que es increíble, como una acción tan simple, como romper un vaso, puede hacernos reflexionar sobre toda nuestra vida.