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Sandra

lunes, 25 de febrero de 2013

Fuera de lugar -Autor MorganJ-

LA TIENDA

-Tenemos que esperar hasta que nos diga dónde están las joyas. O a quién se las vendió.
Roger suspiró.
-No me importa el dinero ni los bonos al portador que había en la caja fuerte. Lo único verdaderamente importante son los collares gemelos y las llaves que cuelgan de ellos. Solo eso importa. Solo eso necesitamos.
Roger asintió. Sabía que en el fondo entendía eso, el problema es que lograra controlar la ira que sentía. La ira y las ganas de matar a la rata asquerosa y traicionera de Alberto.
-Después de que nos diga dónde escondió los collares puedes matarlo. Con gusto te ayudaré. Pero antes no. ¿Entiendes?
-Sí, entiendo.
-Está bien. Vamos.
La rata de Alberto, la rata que nos había traicionado y se había quedado con nuestra parte del botín de un jugoso robo, trabajaba en una tienda de juguetes llamada EL GRANDIOSO MUNDO DE JOE. Seguramente lo último que esperaba es que apareciéramos por ahí tan temprano en la mañana. Roger se asomó por un lado del escaparate y al cabo de un momento dijo:
-No hay nadie. Solo la rata y la otra vendedora.
-Muy bien –dije.
Saqué mi 9mm y me dirigí hacia la puerta. Roger me siguió. La campanilla de encima de la puerta sonó y Alberto palideció al verme entrar. Roger cerró la puerta y colocó el cartel de CERRADO. Le apunté con mi arma a Alberto.
-Sal del mostrador –dije mientras avanzaba.
Alberto soltó unos globos que estaba organizando y salió del mostrador muy despacio.
-Tú también –le dije a la chica y le apunté. La mujer limpiaba un payaso gigante de aspecto siniestro que estaba en un extremo del mostrador y que parecía ser muy costoso. La chica levantó las manos y se hizo al lado de Alberto.
-Arrodíllense –dijo Roger.
Los dos se arrodillaron.Antes de que pudiera decir nada, Roger se cambió el arma de mano y le dio un puñetazo a Alberto en la cara. Éste cayó al suelo y se llevó las manos a su nariz destrozada. La chica volvió a alzar las manos.
-No nos hagan daño, por favor. Llévense todo lo que quieran –dijo y señaló hacia la caja registradora. Roger le puso el arma en la frente y le dijo que se callara. Un cachorro sharpei se acercó corriendo a la chica y empezó a lamerle una mano.
-Encierra a ese bicho en el baño –le dijo Roger.
La chica fue a encerrarlo y regresó deprisa adonde estábamos. Miraba con inquietud la sangre que manaba de la nariz de Alberto. El perro comenzó a arañar la puerta por dentro.
-¿Dónde están? –le pregunté.
Alberto no dijo nada. Roger le apuntó de nuevo a la chica en la cabeza.
-Dinos dónde están o esta zorra se muere –dijo.
-¿De qué están hablando, Alberto? –preguntó la chica.
-Ya no los tengo –dijo Alberto.
-¿Y quién los tiene?
-Tuve que darle las joyas a alguien más. Me obligaron –dijo.
Sonreí y le apunté con el arma otra vez.
-¿Quién las tiene?
-Yo las tengo –dijo una voz extrañamente inhumana y mecánica detrás de nosotros.
Nos giramos hacia el mostrador. El payaso gigante que la chica estaba limpiando cuando entramos estaba de pie sobre el mostrador y era al parecer quien había hablado. Roger y yo nos miramos. Antes de que pudiéramos decir nada, el payaso levantó un brazo en el que sostenía un pequeño revólver y le disparó a Roger en la cabeza. Roger se desplomó a mis pies. La chica, la chica tenía una expresión distinta en el rostro. Una expresión maligna. Le disparé tres veces en el pecho y luego empecé a dispararle al payaso pero el maldito muñeco saltó y se escabulló debajo del mostrador. Alberto estaba pálido y temblando.
-¿Qué mierda es esa cosa? –le grité.
Oí unas risas al fondo del local. Alberto negó con la cabeza. Me arrodillé y lo agarré del cuello.
-¿Qué mierda es esa cosa? ¿Cómo la mato?
-No puedes. Se mete dentro de tu cabeza y te obliga a hacer cosas. No puedes matarla.
Me levanté. Mire a Roger, mire el agujero entre sus ojos. Roger. Mi amigo. Toda esta mierda era culpa de Alberto y de nadie más. Y ese maldito payaso… levanté el arma y le disparé a Alberto en la cabeza. El perro seguía arañando la puerta al fondo del local. Volví a escuchar la risa, entre las sombras, en alguna parte. Saqué el cargador del arma, lo tiré al suelo y puse uno nuevo.
-Voy por ti, maldito –le dije a la tienda vacía –. Voy por ti.

6 comentarios:

  1. ¡Uy Morgan, bastante siniestro!
    Demasiado elaborado para mi gusto, pero cumple con las normas que señalaron. Comprendo que es difícil incorporar elementos completamente ajenos a un asalto.
    Buen relato: Doña Ku

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  2. El payaso me ha sorprendido, !no me lo esperaba!
    Besos :)

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  3. Una historia de terror en toda regla. Me ha gustado...vaya payasito...que malvado¡¡ pero la chica, valiente..bien¡¡ Saludos.

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