El poder de la música.
El flautista de Hamelín sonrió despectivamente, aquellos hombres habían cometido un grave error, tomarle el pelo. Creyeron -osaron creer- que él limpiaría su ciudad de ratas pestilentes con ayuda de su música sin recibir nada a cambio, creyeron que podían echarle de aquel pequeño pueblo sin llevarse nada, sin el oro que le prometieron. Así que él decidió tomarse la justicia por su mano, por la noche, o al amanecer, ya nadie lo sabe, hizo lo mismo que el día anterior, comenzó a tocar su flauta, y una embriagadora melodía salió de ella, pero esta vez tenía otro objetivo, llevarse a los niños, porque eran lo que más apreciaban aquellos ruines seres. Él los escondió en una cueva, y cuando salió de ella, vio una chica de su edad sentada en una roca.
-¿Qué hace aquí señorita?
Ella se giró con rabia. Le miró directamente a los ojos.
-¿Y a ti qué te importa? Seguro que eres uno de esos idiotas, que aunque le guste mi rostro, y mi interior, no quieren besarme por mi cola, porque dicen que soy un pez. ¿Pues sabes qué? Ya estoy harta de asquerosos humanos, siempre con sus prejuicios.
El flautista frunció el ceño.
-Pero tú no eres un pez.
-No graciosillo, he sacrificado mi cola para conseguir piernas, para vengarme. Más te vale salir corriendo.
-A mí también me han engañado.- Él se acercó lentamente, la rabia de la sirena parecía ser inmensa, inabarcable. –Y… no soy humano.
Ella pareció ablandarse, le miró con interés y le dijo que le contara su historia. Después ella le relató la suya.
Le relató cómo se había enamorado y la habían repudiado por ser una sirena, por no poder andar, y así con muchas de sus compañeras.
Entonces él le dijo que sabía exactamente qué debía hacer.
-Mi música es mágica, ¿no cuentan lo mismo de tu voz?- dijo, saltándose ya el código de conducta de diálogo.
Ella asintió, sin saber por dónde iban los tiros.
-Entonces- dijo él con una media sonrisa en el rostro- seguro que puedes atraerles con una canción. ¿No es cierto?
Asintió de nuevo.
-Pero para eso haría falta un ejército de sirenas, y no todas ellas sacrificarían su cola por unas piernas.
-Ahí es donde entra en juego mi música…, con un instrumento más grande podríamos atraerles hacia el mar, y una vez allí, que tus amigas decidan lo que hacer con ellos.
-Oh… fantástico. Además sé dónde encontrar tu instrumento. Mi madre tiene una viola. ¿Eso servirá?
-Servirá, por supuesto.
Minutos después se encaminaban hacia el pueblo y, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, él comenzó a tocar y ella comenzó a cantar.
Por un momento el tiempo se paró. Los cielos se despejaron y el aire se llenó de aquella melodía, tan bella, tan llena de vida.
Aquella melodía lo podía todo.
Y los hombres se acercaron al mar, donde muchos, cayeron al fondo, otros obtuvieron una cola, para que vieran lo que era ser sirena, otros muchos fueron ahogados, y algunos pocos murieron a manos de las sirenas que habían rechazado.
Los dos, el flautista y la sirena, habían conseguido lo que querían, pero tenían el corazón vacío. Él ya no sabía por lo que cantaba, y ella ya no sabía a quién amar. Y, de repente, se miraron y se encontraron, vieron lo que realmente eran. Él comenzó la primera nota, y ella siguió cantando para él, y así desaparecieron en el horizonte, y dejaron un rastro de ira inconfundible, dejaron un rastro de ira y de música. Y le susurraron al viento que lo prometido es deuda, pero que por su amor les dejaban marchar, que ya habían tenido suficiente.
Las sirenas aprendieron la lección y no se juntaron más con humanos. Los flautistas, y músicos mágicos aprendieron también que no debían hacer tratos con ellos y decidieron prestar sus servicios a la comunidad mágica.
Y aquel flautista y aquella sirena, mientras caminaban hacia el fin del mundo, ella cantando y él tocando, oyeron rumores, de que, como ellos, muchos músicos habían decidido comenzar un romance con las sirenas.